«If he loves you, that's the most dangerous thing.»

Un psicópata salido de la literatura, con libros siempre a mano y las citas oportunas, hacen de Joe Goldberg uno de los personajes más famosos de los últimos años en el mundo viral. Comencé ‘You’ antes del fenómeno fan, cuando fue cancelada y luego salvada por Netflix para darle una continuidad al sociópata más romántico que nuestros ojos hayan podido ver. Un galán con modales propios del siglo XVIII o XIX, donde Jane Austen posiblemente le dedicaría el protagonismo en una de sus acertadas novelas a semejante portento de la pasión, el recato y el amor. Apártese Mr. Darcy que Joe te adelanta por la izquierda. Con un carisma brillante y muchos momentos de humor absurdo que acaban por sacarte la carcajada, a simple vista, Joe parece un psicópata de los que conseguimos adorar. Que nos caen bien a pesar de saber las atrocidades que ha cometido, o al menos ese es el punto que a veces la serie deja entrever a ojos perezosos; pero nada más lejos de la realidad, porque Joe Goldberg es el monstruo con piel de oveja que se cuela en tu vida sin que te des cuenta, es el monstruo que se presenta como el príncipe azul, la respuesta a tus sueños de amor romántico, el premio a tantos infortunios, hasta que despiertas, abres los ojos y ves que solamente eres otra víctima más. Y una vez que los monstruos derriban la puerta de tu vida, todo se cae a pedazos, dejas de ser tú y, si tienes la suerte de salir de esa prisión, te costará demasiado olvidar.
Más allá de las habilidades stalkeadoras de Joe, sus acompañantes en este delirante viaje a lo largo de cinco irregulares temporadas son Beck, Candace, Love, Marienne, Kate y Bronte. Estos seis nombres conforman el relicario de nuestro chispeante protagonista. La sala de trofeos, su currículum amoroso con finales de película de terror. Porque el amor puede vencer cualquier obstáculo, salvo la muerte.

Detrás de esa fachada creada a base de libros en un mundo de fantasía donde él es el protagonista, el caballero de brillante armadura, el príncipe azul y el héroe que siempre consigue rescatar a su damisela en apuros, se esconde la más simple de las misoginias. Eres especial en tanto mis ojos se posan en ti, en la idealización y la despersonalización con la que trata a sus víctimas, hasta que recurre a los asesinatos para protegerlas, porque son demasiado frágiles y valiosas para un mundo que no existe en los libros. No son sus novias o sus mujeres, son un botín, como Pandora encapsulada en una estatua de bronce sin poder moverse. Porque su forma de amar es la más retorcida de las obsesiones, o le perteneces a él o perteneces a la tierra.

Empieza dejándote tiesa en la silla y acaba hartándote, pero aún así, se trata de una serie para flipar y maratonear como si no hubiese un mañana.
Diosito, te he pedido en muchas ocasiones que me mandes un novio al que le guste leer, pero creo que empezaré a ser más específica en mis plegarias. Amén.

Otoño de 2022. 'Apagón' llegaba hasta nuestras pantallas sin hacer mucho ruido, a la estela de la aclamada 'El colapso' y situándose como un nuevo exponente dentro del, por otra parte, creciente auge de las distopías postpandémicas. Una miniserie muy humana, en clave de antología apocalíptica y de fuerte componente social con la que Fran Araújo, ejerciendo aquí como showrunner y guionista, nos acercaba a un escenario tan plausible como, al mismo tiempo, aparentemente lejano: uno en el que una tormenta solar provocaba un apagón total en España y forzaba a la población a enfrentarse, ya sin electricidad ni tecnología de por medio, a lo más elemental y primitivo de su propia naturaleza. Cinco capítulos que se sentían como una sutil advertencia disfrazada de experimento narrativo y que, al menos hasta cierto punto, parecían evocar a una suerte de «What if?» que veíamos con inquietud pero, de igual modo, desde la cómoda seguridad de nuestros hogares. Una tormenta solar parecía improbable; un apagón masivo a gran escala, también.

Tres años después, sin embargo, la península se apagó y lo que antes creíamos imposible se hizo realidad. Todo a nuestro alrededor se oscurecía al tiempo que la serie, hasta entonces concebida como pura ficción, se convertía en un incómodo espejo donde podernos ver reflejados. Porque aunque es innegable que algunos episodios funcionan mejor que otros, siendo quizás los dirigidos por Rodrigo Sorogoyen y Alberto Rodríguez los más destacables, hay algo común en todos ellos que consigue retrotraernos, en cierto modo, a lo que ya no percibimos tan distante: el tráfico abraza la anarquía, los hospitales se colapsan y todo cuanto creíamos garantizado, en definitiva, se desvanece bajo la penumbra de un mundo sin luces. Interesante retrato de una crisis que, por desgracia, también termina pecando, como tantas otras antologías, de una excesiva irregularidad y de decantarse más por el caos y la violencia que no por esa filosofía buenrollista, tan típica de este nuestro país, donde cualquier pena es capaz de ahogarse en la terraza de un bar. Casi mejor quedarse con una realidad que, una vez más, logró superar a la ficción.

En las redes sociales y en la vida diaria, muchos tildan a las mujeres de histéricas, ruidosas u otros calificativos menos amables por dar nuestra opinión o simplemente por existir. Nos dicen que eso no es misoginia, que no es odio, que se tratan de bromas, de gente que da su humilde opinión, así como nosotras damos la nuestra, los demás tienen derecho a hacerlo. Aunque se trate de discursos de odio que a los que ya tenemos las neuronas maduradas, no nos afectarán, en cambio en los que todavía están en proceso de construcción pueden calar hondo estos sermones. El odio hacia las mujeres siempre ha sido un arma más que eficaz para vender panfletos y sentar bases políticas, pero parece que hasta que no vemos la potencialidad de un niño de 13 asesinando a cuchilladas a una compañera, no nos damos cuenta de cuan instaurado está este odio. Seguramente, muchos pueden argumentar que la serie no va de eso, que se ha elegido al azar una trama como podría haber sido otra, pero basta con verte los cuatro episodios de ‘Adolescencia’ para entender que el mal no tiene edad y que los críos de 13 años no deberían preocuparse por tonterías como ser “incels” y demás basura que pulula por los rincones más oscuros de Tik Tok envenenando mentes sin descanso.

La historia nos muestra a Jamie, un niño de 13 años acusado de asesinar a una compañera de clase. Durante los cuatro episodios en los que se desarrolla la trama, veremos diferentes puntos de vista; primero el correspondiente a la policía, luego el correspondiente a los profesores del instituto, seguido por el de una psicóloga y terminando por la familia del agresor. No es una historia sencilla y no se da por sentado absolutamente nada, de modo que a través de unos increíbles planos secuencia que construyen la tensión como submarino nuclear, seremos testigos de cómo el castillo de naipes de Jamie se viene abajo, pero sobre todo, seremos conscientes de cómo ha llegado Jamie a esa situación. ¿Es un psicópata más o simplemente su medio le ha condicionado? ¿Las redes, internet, los amigos, el acoso escolar, un rechazo amoroso… cuál es la causa “perfecta” para cometer un asesinato? La serie intenta ofrecer respuestas, un por qué, por qué alguien acabaría con la vida de una compañera de esa manera tan cruel y acaba regalándonos un reflejo bastante certero de la generación que crece creyendo que las mujeres sólo nos sentimos atraídas hacia un 20% de los hombres y que deben aprovechar nuestros momentos de debilidad porque así accederemos antes (no estoy sentando cátedra, son diálogos extraídos de la propia serie).

No hay más que ver el caso de los tres chavales que asesinaron a su educadora social en Badajoz para comprobar que, efectivamente, el mal y la crueldad no tienen edad. Una miniserie triste, desgarradora pero demasiado certera con un Stephen Graham que no hace nada que no sea increíble de principio a fin.

Bueno, la verdad que se me ido la temporada demasiado rápido y mira que me gusta "dosificar" los capítulos de alguna forma, pero cuando la mayoría, por no decir en casi su totalidad, no alcanzan los quince minutos, poco más puedes estirar y solo esperas verlos y....a otra cosa.

Hay capítulos de todo un poco, de los que merece un vistazo y despiertan cierta curiosidad y los que ....no. Pero por esa duración, tampoco pierdes nada y en algunos casos, tiene mérito como en tan poco tiempo meter una idea, una historia y resultar entretenido.

Gusta de ver más que nada por la animación que suele utilizarse, como avanza la tecnología para realizar dichas creaciones, a veces tan realistas o al menos, crear todo un mundo de la nada.

En resumidas cuentas, quizás se le esperaba algo más, pero bueeeno, otra vez será.