Crítica de La naranja mecánica por AdrianStark
Redactada: 2020-10-09
La obra maestra de la carrera cinematográfica de Stanley Kubrick, una película de culto se vea por donde se vea. Es una película que nos muestra el lado más sádico que pueden mostrar los movimientos contraculturales, presentándonos las fechorías de estos "drugos", que disfrutan de la ultraviolencia, que visten unos estrafalarios disfraces, hablan en una jerga propia (el nadsat) y respetan un orden jerárquico en la que la fidelidad y la animosidad se dan la mano.
La película ya podría triunfar mostrándonos el día a día de estos singulares hooligans, pues sus acciones, aunque sórdidas y morbosas, nos mantienen alerta y totalmente atentos. Sin duda, un acierto la elección de Malcolm McDowell como protagonista, pues su mirada de auténtico psicópata logra transmitir al mismo tiempo tensión y atracción con cada primer plano. Sin embargo, la película va más allá al plantearnos lo que ocurre cuando se trata de reinsertar a uno de estos infames individuos en la sociedad. La terapia de choque a la que es sometido el "pobre" Alex nos muestra, por una parte el nivel de ensañamiento y sadismo del que también pueden hacer gala las fuerzas del orden, y por otro como la única forma de hacer cambiar a estas personas es infringiendo el mismo dolor que ellos infringieron hasta conseguir "romperlos".
El resultado es un Alex manso, desecho, que ya no disfruta de la violencia y que trata de recuperar su espacio en un mundo que, por su pasado y actitud, ahora le da la espalda. Vemos como esta reinserción es imposible, vemos como el remedio es incluso peor que la enfermedad, y vemos las consecuencias de someter la voluntad de la mente humana hasta sus últimas consecuencias. La cinta cierra con una de las escenas más apoteósicas de la historia cinematográfica: postrado en una cama de hospital por un intento de suicidio, Alex fantasea con una escena de sexo frenético, aplaudido por una multitud enfervorecida mientras suena de fondo a Novena sinfonía de Beethoven y su voz en off sentencia «Sin lugar a dudas, me había curado» .
La película ya podría triunfar mostrándonos el día a día de estos singulares hooligans, pues sus acciones, aunque sórdidas y morbosas, nos mantienen alerta y totalmente atentos. Sin duda, un acierto la elección de Malcolm McDowell como protagonista, pues su mirada de auténtico psicópata logra transmitir al mismo tiempo tensión y atracción con cada primer plano. Sin embargo, la película va más allá al plantearnos lo que ocurre cuando se trata de reinsertar a uno de estos infames individuos en la sociedad. La terapia de choque a la que es sometido el "pobre" Alex nos muestra, por una parte el nivel de ensañamiento y sadismo del que también pueden hacer gala las fuerzas del orden, y por otro como la única forma de hacer cambiar a estas personas es infringiendo el mismo dolor que ellos infringieron hasta conseguir "romperlos".
El resultado es un Alex manso, desecho, que ya no disfruta de la violencia y que trata de recuperar su espacio en un mundo que, por su pasado y actitud, ahora le da la espalda. Vemos como esta reinserción es imposible, vemos como el remedio es incluso peor que la enfermedad, y vemos las consecuencias de someter la voluntad de la mente humana hasta sus últimas consecuencias. La cinta cierra con una de las escenas más apoteósicas de la historia cinematográfica: postrado en una cama de hospital por un intento de suicidio, Alex fantasea con una escena de sexo frenético, aplaudido por una multitud enfervorecida mientras suena de fondo a Novena sinfonía de Beethoven y su voz en off sentencia «Sin lugar a dudas, me había curado» .
Guion
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Banda sonora
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Interpretación
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Efectos
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Ritmo
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Entretenimiento
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Complejidad
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Sentimiento
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Duracion
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Credibilidad
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Fotografía
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Dirección
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