Crítica de El triángulo de la tristeza por gjulo

La naturaleza humana, especialmente vista a través de su bajeza y mediocridad, es el tema favorito de Ruben Ôstlund, y no duda en llevarlo al máximo en El Triángulo de la tristeza, en la que el capitalismo se cobra un alto precio en algunos de sus personajes. Aquí, reúne tres películas en una con una brillantez matemática. La primera es casi una inquieta conversación entre dos jóvenes muy superficiales (ella influencer, él supermodelo). Está muy bien, y a Ostlund se le da bien poner de relieve todas nuestras pequeñas debilidades en muy pocas escenas, cortadas con bisturí. Las parejas, las relaciones entre los sexos, las redes sociales, el culto a la apariencia: los blancos son fáciles de elegir y la carga no es original, pero siempre tan precisa. La segunda película es el corazón de El Triángulo de la tristeza: un crucero, a veces divertido, a veces con mano dura, con una larga secuencia llena de vómitos y defecaciones. Una sola escena merece el viaje, el concurso de citas de Lenin y Marx entre el capitán comunista americano y el capitalista ruso. Hay que amar el burlesque para apreciarlo. La tercera, una especie de Koh-Lanta en la que se invierten las clases sociales, me convenció mucho menos. Esta parte me pareció torpe y previsible, aunque algunos destellos dieran en el blanco. Östlund se permite todo tipo de provocaciones en este film en el que dispara principalmente contra los más ricos de este mundo. Pero hay tal júbilo en esta "masacre", escrita a la perfección, con algunas elipsis, que sería un error ser exigente, con un espectáculo en el que la debacle humana y la vuelta a un cierto salvajismo primitivo son susceptibles de desencadenar los inicios de la hilaridad. Por tanto, esta es una película agradable y razonablemente divertida de ver, sin que uno pueda deducir nada sobre las intenciones o las ideas de su autor. Cualquier lectura política de la película podría ser rebatida, incluso invertida. En cuanto a las emociones, no hay necesidad de buscarlas aquí. Hace preguntarse hasta dónde llegará el cineasta sueco en su próximo opus, animado en sus excesos, ahora que ha ganado dos palmas de oro.