Crítica de Tiburón Fantasma por Sandris

Las películas de tiburones se han convertido casi un género en sí mismo entre aquellos que más disfrutan de los despieces humanos en alta mar. No es que me incluya en este selecto grupo, pero no hay nada de malo en admitir que de vez en cuando una chica sólo quiere ver sangre y bichos surrealistas, mientras se come una tarrina de helado. Existen películas de tiburones buenas, reguleras, malas y otras tan malas que ni siquiera la serie Z les hace justicia. Pues bien, ‘Tiburón fantasma’ es de estas últimas, aunque seguramente muchos lo habríais adivinado tan sólo leyendo la sinopsis.

Siendo de 2013 y con una cinematografía propia de los años 90, la obra se centra en un escualo sobrenatural, asesinado con dinamita y a puro disparo que regresa para exigir su venganza. A ver, son yankees, ¿qué os esperáis? Esta gente utiliza las armas hasta para encender el ventilador, así que poca sorpresa. La trama viene siendo la de siempre: bicho del demonio se come a adolescentes que, aquí entre nos… Se lo merecen un poquito. Lo peor de la película sin duda es que ni siquiera se esfuerzan en construir una historia como ocurría ‘En las profundidades del Sena’, simplemente se limitan a poner a un tiburón fantasma con un halo de luz azul, que más parece un Pitufo intoxicado por marisco en mal estado, el cual consigue colarse hasta en una piscina para devorar su merienda. Si eres valiente y logras atravesar esta odisea veraniega de la vergüenza ajena, se te quedará una cara de tonto por narices. No voy a ser yo la pedante que le diga a un cineasta que se dedique a otra cosa, pero en este caso me tomo la libertad de recomendarle a Griff Furst una cura de salud, irse de retiro espiritual al Tíbet o a comerse unas buenas croquetas al bar del pueblo. Cualquier cosa antes que intentar fabricar un film en el que un tiburón sale de un vaso de agua.