Crítica de Cinema Paradiso por MartaPD

Si has crecido en un pequeño pueblo y has escuchado a tus padres o abuelos hablar del "cine del pueblo" con un único trabajador y su proyector, ese cine que se vivía como un gran acontecimiento porque no había otra cosa o, si incluso has vivido esa situación, algo que con los grandes multicines actuales situados en ciudades o grandes centros comerciales en donde estrenan semanalmente las películas que toquen, nos suena a un sueño del pasado. Este atisbo de nostalgia es lo que diría que es Cinema Paradiso.

Los habitantes de un pequeño pueblo italiano en el contexto histórico tras la II Guerra Mundial viven el cine como uno de los pocos divertimentos existentes en su entorno. Entre las travesuras e inocencia de Toto y los enfados y el corazón de Alfredo vemos crecer una relación intergeneracional en la que el cine (pero el cine de la sala de cine, el proyector, las enormes cintas de bobina con las pelis, las butacas...) es el centro de todo. Pero también lo es crecer e ir dejando atrás momentos que, aunque cuando los vives no eres del todo consciente, nunca vuelven a repetirse.

La primera vez que vi Cinema Paradiso lloré y me pilló de sorpresa porque no tiendo a ser de las que lloran con cualquier película. Me di cuenta de que era especial y de que había conectado con una parte de mí que quizás no tiene tanto que ver con el cine, sino con los recuerdos felices de la infancia y con el paso del tiempo. La preciosa banda sonora te envuelve y cuando llega esa escena final los lagrimones caen sin que puedas remediarlo.

Hay algo puro y bello en Cinema Paradiso. Es conmovedora y sencilla, sin dejar atrás la dureza de su propio contexto histórico. Melancólica y nostálgica, sin recrearse en lo perdido y lamentarse con el manido "cualquier tiempo pasado fue mejor". Es simplemente entender que la vida pasa y que, cuando echamos la vista atrás, nos damos cuenta de que muchas cosas no volverán, que duele porque la gente se va y las cosas cambian inevitablemente. Y es triste, pero también es bonito.