«Nunca seré como mi madre», se juró Soo-Hyun a sí misma. Tras romper toda relación con su familia coreana y huir de esa figura materna que descargaba su rencor maltratándola. Soo-Hyun se convirtió en Amanda, una apicultora que hoy cría sola a su hija de dieciséis años en una remota granja de la América rural. Sin embargo, cuando su tío le lleva la urna con las cenizas de su madre, recientemente fallecida, para que le ofrezca los sacramentos funerarios tradicionales necesarios, todo el pasado reprimido de Amanda resurge en su mundo con el espíritu vengativo de su «umma», que ha venido a atormentarla. Y la que no quería ser su madre, curiosamente, empieza a convertirse en ella ante los deseos de emancipación de su propia hija... La difícil integración de una generación de inmigrantes que repercute en las siguientes, el miedo a repetir con los seres queridos los mismos comportamientos violentos que se han sufrido, las raíces de las que no se puede escapar para construirse a uno mismo, la falta de apertura hacia los mayores o los hijos, vista como un cáncer latente para cualquier posibilidad de serenidad familiar... «Umma» contaba con numerosas herramientas temáticas pertinentes en su arsenal para ofrecer una película de terror digna, en el fondo más profunda que la media y con una forma que podía beneficiarse de una imaginería fantástica asiática necesariamente impactante en esta soleada zona rural estadounidense. Pero, por desgracia, estas esperanzas quedarán sin respuesta en el largometraje de Iris K. Shim. Todos los puntos mencionados y susceptibles de ser abordados estarán ahí, pero se pondrán al servicio de una trama increíblemente anodina, que se esfuerza con un talento poco común por disolver todo el sabor de sus ingredientes más interesantes en una historia en piloto automático, donde personajes de una insipidez indescriptible encadenarán peripecias indigentes, diálogos tontos y otras pereces argumentales en un conflicto intergeneracional que se resumirá en sus extremos más simplistas y que, por supuesto, dejará un amplio espacio a lo paranormal para crear un mínimo de ilusión. A pesar de lo incongruente que resulta la figura espectral de esta anciana rígida y vestida con un hanbok en este contexto estadounidense, «Umma» se quedará, como todo lo demás, en un grado cero de imaginación para encontrar una imaginería sobrenatural específica, contentándose a veces con recurrir al azar a la mitología asiática (la aparición completamente gratuita de un kumiho, en particular, lo peor es que esta criatura y sus características podrían haberse mezclado más directamente con la historia con un poco de inteligencia) y, en la mayoría de los casos, se limita a repetir manifestaciones tan estándar que uno llega a preguntarse cómo pueden seguir impresionando a sus propias víctimas. Incluso cuando la película se acompaña de intenciones más loables para intentar marcar la diferencia, como por ejemplo preferir el camino de un diálogo más íntimo al espectáculo en su clímax, da la sensación de que las despacha para volver a sus objetivos caseros y terminar lo antes posible (1h15 sin los créditos finales).