Sin palabras. Porque hay veces en las que no hace falta decir nada para contar mucho y así lo demuestra 'Robot Dreams', la entrañable fábula animada con la que Pablo Berger, adaptando el cómic homónimo de Sara Varon, nos retrotrae a una época ya pasada para hablarnos de realidades atemporales. De amistad, empatía y superación, pero también de soledad, pérdida y dolor. La historia de un perro antropomórfico que, pese a vivir en la bulliciosa Nueva York de mediados de los 80, decide comprarse un robot que ponga fin a su soledad. Vivir rodeado de gente y aun así sentir que no tienes a nadie a tu lado. Una sensación desgarradora, elevada casi a epidemia en nuestros días, que servirá de base para este nostálgico viaje hacia todos esos momentos clave que marcan nuestra existencia. Los tristes. Los felices. Los protagonizados por esos amigos que llegaron por sorpresa y también por aquellos que se fueron sin despedirse. Oda a lo encontrado y a lo perdido. Oda a la propia vida. Y todo sin decir ni una sola palabra.

Obviamente, y teniendo en cuenta esas características, resulta evidente que 'Robot Dreams' no es la típica película de animación para pasar un rato de evasión palomitera, sino más bien una introspectiva reflexión acerca de las muchas dificultades para crear —y mantener— vínculos afectivos en la sociedad moderna. Las imágenes, apoyadas en una animación colorida y de trazos sencillos pero de gran detalle, jugarán un papel fundamental a la hora de transmitir sensaciones al espectador, reforzando en todo momento los diferentes extremos de una historia con la que es tan fácil esbozar una sonrisa como derramar una lágrima. Relato agridulce, tan inocente —rozando lo naif por momentos— como desolador, pero también esperanzador en su forma de retratar las relaciones sociales dentro de su propio círculo vital. Y es que las amistades, como si de entes con vida propia se tratasen, nacen, crecen y, en ocasiones, también mueren, pero siempre consiguen dejar huella. Como esta película.

Quién me iba a decir a mí que una película de dibujos de poco más de hora y media y en la que no pronuncian una sola palabra me iba a dejar el corazón hecho puré. Mira que me la habían recomendado, y que me habían avisado de que tuviera el paquete de pañuelos a mano, pero desde luego no esperaba esto, que me gustara tanto y a la vez me hiciera tanto daño.

La ciudad de Nueva York en este caso recuerda un poco más a Zootrópolis, habitada por todo tipo de animales y ni un solo humano, aunque están todos muy humanizados, hasta el punto de que es muy fácil sentirse identificado con ellos. Y es que seguro que la mayoría nos hemos sentido alguna vez igual que Dog, completamente solos mientras vemos cómo todo el mundo a nuestro alrededor está rodeado de amigos, con pareja, con familia... Y ahí es donde entra Robot, una forma curiosa de conocer a alguien, aunque podríamos interpretarlo como la tecnología que nos acerca a los demás y de donde surge una preciosa amistad.

Pero la vida da muchas vueltas, y por muy bonito que sea todo, por mucha química que haya en cualquier tipo de relación, a menudo llegan las despedidas, quieras o no, lo entiendas o no. Y puedes luchar, puedes llorar, puedes enfadarte, puedes volver a intentarlo las veces que hagan falta, pero cuando no es, no es, y aunque duela, hay que pasar página.

Son dibujos, son animales, no hablan, pero qué real es todo. Incluso en muchos momentos no dejaba de pensar en Vidas pasadas, una vez más dentro de las mismas nominaciones veo ciertas similitudes a pesar de unas diferencias abismales. Durante la primera parte me he pasado todo el rato con una sonrisa de oreja a oreja, luego con un nudo en la garganta, he sentido tensión, me he preocupado, incluso he pasado miedo, angustia, sentía cómo el corazón se me iba encogiendo con cada minuto que avanzaba la película, e incluso en momentos que después me han hecho mucha gracia he soltado una risa triste, porque claro que me he reído en algunas partes, pero cuanto más pequeñito tenía el corazón menos me apetecía reírme. Como la vida misma, ni más ni menos, puedes pasarlo muy bien y estar roto por dentro, o querer disfrutar de algo y no ser capaz. Con cada sueño del robot veía pequeñas esperanzas, pero cada vez eran más pequeñas y hasta me dolía tenerlas, porque la esperanza puede ser una hija de...

Y qué decir del final, tanto ese último sueño, esta vez despierto como el final real son muy fáciles de comprender, sobre todo el segundo. Y es que a pesar de cuánto se querían, de lo mal que lo han pasado, de que la despedida no ha sido culpa de nadie, el tiempo ha pasado, ambos han cambiado, lo que se refleja en las modificaciones del robot para que sea aún más evidente, y han pasado página y ahora son felices. Con otras personas/criaturas, pero son felices, y han vivido una experiencia maravillosa y siempre tendrán recuerdos preciosos del otro.

Es muy fácil que a los más pequeños les encante, porque los personajes son adorables, el estilo de animación es muy mono, tiene momentos muy tiernos y, sobre todo, porque su inocencia y sus pocas experiencias no les permitirán comprender su verdadero significado. Ahí es cuando somos los adultos los que terminamos necesitando un abrazo o ponerle un par de tiritas más a nuestro corazón. Pero así es la vida, con sus más y sus menos.

Una experiencia tan encantadora como dura, que en algunos momentos pierde fuerza y hasta se echa un poco en falta algo de diálogo, pero eso te obliga a estar atento a todo y ver todos los detalles que esconde, que no son pocos. Me ha sobrado un poco la escena de todas esas flores bailando, pero supongo que hay momentos como ese más dirigidos al público infantil, aunque tanto mayores como pequeños terminarán bailando al son de la música.

Del español Pablo Berger, ‘Robot dreams’ se disfraza de fábula animada, infantil, inocente y sencilla cuando en realidad se trata de una bofetada emocional sin parangón. Podría ser una versión de ‘Las vidas posibles de Mr. Nobody’ o ‘Past Lives’ pero a lo robot. Y todo sin decir ni una palabra, que no es poco.
Como seres humanos, una de las cosas que más nos define es la necesidad de crear vínculos en nuestro entorno para hacer del mismo un lugar más llevadero. Ya sea una mascota, un amigo o una pareja, necesitamos ser parte de algo que vaya más allá de nosotros mismos para poder aligerar nuestras penas y aumentar nuestras alegrías. Pues bien, esto le ocurre también a nuestro protagonista Dog, un perro antropomórfico neoyorkino, el cual hastiado de su soledad no escogida, decide construirse un robot para que se convierta en su mejor amigo. Ambos navegarán por los caminos de la ciudad que nunca duerme al son de ”September” de los Eart, Wind & Fire, con la alegría de quién sabe que ha encontrado a su “perfect match”, siendo las dos partes de un todo y haciendo que sus vidas sean algo que merezca la pena vivir. Pero como en la vida real, todo acaba por tener un final o un punto de inflexión y Dog se ve obligado a dejar a su amigo atrás sin poder evitarlo.

Es esta una historia sobre el nacimiento de una amistad para contrarrestar la soledad humana que tanto pulula hoy en día entre todos nosotros, como una enfermedad invisible que se cuela hasta los huesos. Es un relato fantástico que refleja como siempre encontrarás a otras personas que te ayudarán a ser feliz, aunque tal vez sean ecos de lo que fue y ya no es, nada tan intenso como la amistad perfecta.

A esta fábula de el amigo Pablo Berger, el mismo de Blancanieves, autor y director de Torremolinos 73 deja claro que viene a remover un poco las conciencia colectiva.
Y de paso demostrarnos que las playas son territorio infernal.
Reitero mi animadversión hacia los dibus y aquí no será menos pues ya de paso me introducen a un perro como protagonista para ablandar más consciencias. Menos mal que el infante no entraba en los planes sino no aguanto ni media hora.
Y he estado a punto de abandonar con tanta ensoñación, cuanto trauma ha dejado en nuestro colectivo patrio el desenlace de Los Serrano que hasta aquí ha dejado su impronta.
Y que el hit setentero September de los Earth, Win on Fire nos persiga la mayor parte de la historia a modo de siseo robótico tampoco ha ayudado.
Eso si, he sacado una moraleja : - Hay que leer los manuales de instrucciones del producto adquirido.