Crítica de Peaky Blinders por Sandris

Hay actores que hacen suyos personajes y luego está Cilian Murphy y su Thomas Shelby, casi un icono ya en la cultura popular. A estas alturas dudo que exista alguien que no sepa quiénes son los Peaky Blinders y su clásica seña de identidad que ha marcado un antes y un después en el panorama seriéfilo de los últimos años. Se trata de la serie perfecta para todos aquellos que sentimos predilección por las producciones que ahondan en las bandas criminales, analizando su conducta y mostrando su carácter ególatra cuales dioses omnipotentes por encima de todo, incluso del bien y del mal. 'Peaky Blinders' sigue las andanzas de la familia Shelby, procedente de una estirpe de gitanos nómadas que se asienta en Birmingham y convierten sus calles en su santuario. Su mayor acierto recae en sus personajes y la representación de las problemáticas sociales y políticas que se viven tras la Primera Guerra Mundial, así como la representación del estrés postraumático y la deshumanización que los grandes conflictos trae consigo.
Una serie superlativa que termina con un sabor agridulce por la denostada costumbre de alargar y alargar y alargar temporadas, recreándose en los momentos videoclip y las escenas más puramente oníricas. Aún así, estamos ante un hito, ante uno de los mejores espectáculos posibles por los que han desfilado nombres tan monumentales como Helen McCrory, Joe Cole, Tom Hardy, Adrien Brody, Anya Taylor-Joy, Stephen Graham, Aidan Gillen, Annabelle Wallis o el propio Cilian Murphy.

Una banda sonora impecable, unas interpretaciones que están ya fuera de toda competición, intriga, romanticismo, misticismo, traiciones, acción y muerte a raudales hacen que apartar la vista de la pantalla no sea una opción.
Y si todo esto no os convence, estáis obligados a deleitaros con ella "by order of the Peaky F*cking Blinders!".