Crítica de La asesina del romance por Sandris

¿Estáis hartos de comedias románticas típicas con lugares comunes en las que no hay ningún tipo de sorpresa? ¿Hartos de chico conoce a chica, se enamoran a primera vista y son felices por siempre jamás? Pues si estáis cansados de todas estas historias que nos han metido en vena a lo largo de los años y buscáis algo diferente que os caliente el corazón, 'La asesina del romance' es la opción perfecta. Un anime de tan sólo doce episodios en los que no podrás parar de reír a carcajadas. Nuestra protagonista es Anzu, una adolescente obsesionada con el chocolate, los videojuegos y su gato (Anzu es una tía chulísima, señoras). Renegando por completo de las actividades que hacen sus amigos como salir o enamorarse cada día de un chico distinto, aparece en su vida un mago que es una especie de cupido para, literalmente, obligarla a enamorarse de alguien y salir de su encierro. Puede parecer un poco fuerte dicho de este modo, pero a veces todos necesitamos un empujoncito para darle una oportunidad al corazón. Debido al bajo índice de natalidad en Japón, el mundo mágico también está sufriendo y nuestro pequeño mago (que es bastante puñetero), se presentará en la vida de Anzu para ponerla patas arriba. Así pues, su vida termina convirtiéndose en una típica comedia romántica en la que se choca con un desconocido, las manos se rozan sin darse cuenta, se queda atrapada bajo la lluvia con el chico más popular de su instituto, retoma el contacto con un amigo de la infancia... situaciones clichés pero muy cómicas, ya que Anzu no quiere saber nada del amor y se rebela contra ese destino impuesto como si se tratase de una valkiria sin compasión.
Aunque parezca un anime muy vanilla y azucarado, sabe adoptar un tono serio cuando es necesario a la hora de tratar temas como las expectativas que los demás proyectan sobre ti o el acoso y las secuelas que este deja en tu ser.

Se trata de una serie de lo más cozy y una grata sorpresa en la que dejarte abrazar un poco por el cariño de tus amigos y el propio, que es el más importante de todos. Porque, a veces, tendemos a perder de vista que el amor verdadero también son los amigos que nos encontramos por el camino y que se acaban convirtiendo en la familia que escogemos. O simplemente, el amor verdadero somos nosotros mismos, haciendo de nuestra vida un lugar agradable en el que merezca la pena vivir.