Crítica de Que nadie duerma por Sandris

Tras quebrar la empresa en la que trabajaba como programadora informática, Lucía se ve obligada a convertirse en taxista como vía de escape literal y metafórica a una situación personal que la supera, anclada entre su soledad y un padre dependiente. Como si su vida no se estuviese descontrolando lo suficiente, Lucía empieza a sentir curiosidad por su vecino actor que escucha el "Nessun dorma" en un bucle que sacaría de quicio a cualquiera (porque todos sabemos que escuchar una canción que te gusta sin descanso, lo único que te provoca que la odies con toda tu alma). Cuando su vecino desaparece sin dejar rastro, Lucía está convencida de que él acabará subiéndose en su taxi porque así lo dicta el destino. Lo que no entra en sus planes serán las consecuencias que sus actos desencadenarán al sentirse dueña de su vida por primera vez. Adaptando la novela homónima de Juan José Millás, el director Antonio Méndez Esparza deja todo el poder del film a Lucía, un personaje bastante "delulu" y único que nos sumerge en un mundo de justicias, desenfreno y mucho esperpento a bordo de un taxi. Si alguien pregunta, somos Lucía y yo contra el mundo.

Podría ser perfectamente el próximo trabajo en el infinito currículum de Belén López Vázquez, icono de este país y el mejor personaje de 'Aquí no hay quien viva'. Como diría doña Concha: "es golfa, pero de buen corazón". 'Que nadie duerma' es una película que encumbra a Malena Alterio que, por si alguien lo dudaba, siempre ha sido del montón bueno, pero del montón bueno que te cagas. Una suerte de 'Taxi driver' a la española más bizarra, desconcertante, absurda y divertida que nunca.