Crítica de Megalópolis por gjulo

¿Por dónde empezar?... Supongo que lo mejor sería advertir que esto va a ser más una impresión personal que una crítica “elaborada”, porque correría el riesgo de perderos (y de perderme yo también, otra vez) en medio de los rascacielos de esta Nueva Roma destinada a convertirse en Metrópolis. « Megalópolis » es , sin duda, una de los largometrajes fallidos más hermosos que he tenido ocasión de ver. Y lo digo sin el más mínimo cinismo ni mala leche: sería hasta una falta de respeto hacia la obra, porque si hay algo que no se le puede reprochar, es la sinceridad que desprende Francis Ford Coppola. Como era de esperar, « Megalopolis » es una especie de película total, el canto del cisne de la filmografía de un cineasta esencial, que intenta aunar todas las obsesiones del hombre que fue y del que es hoy con aquellas que, según él, deberían habitar al Hombre moderno en sus eternas dudas filosóficas sobre su futuro. Todo ello dentro de lo que vendría a ser una versión 2024 de « Metrópolis », con una crítica a nuestra decadencia social tan monumental como la que el clásico de Fritz Lang lanzó sobre su tiempo. Demasiado, ¿no? Y eso es solo la planta baja de los edificios de « Megalopolis », que se construye sobre la imaginería de las clases altas de los emperadores romanos para denunciar la opulencia desviada de las nuestras (ciclos de decadencia idénticos, una y otra vez), introduce convulsiones políticas que resuenan con las de la América contemporánea, enfrenta la inmovilidad de unos con el impulso casi profético de quienes se creen arquitectos del futuro, mezcla dramas personales con ecos de tragedia clásica, que buscan esconder la ingenuidad de las emociones más básicas y las tensiones internas que las mueven… Y podríamos seguir así durante un buen rato. Pero largo, ¿eh? Tanto como parece durar « Megalopolis » (y eso que “solo” son 2 horas y 18 minutos, aunque las pausas temporales del argumento se contagian a nuestra realidad). Esa densidad hace que la película se disperse en todas direcciones, casi siempre de forma simplona, apenas maquillada por un artificio de diálogos que se derriten ante la insistencia machacona de sus temas, repetidos sin demasiada sutileza a lo largo del metraje. A veces roza lo grotesco (las referencias gastadas a los EE. UU. actuales, con esa vestal a lo Taylor Swift de doble cara o el ascenso caricaturesco de los extremismos), se hace realmente interminable en la segunda hora (las secuencias psicodélicas o de delirio mental pusieron a prueba mi paciencia) y acaba siendo agotadora por pura repetición en su tramo final (y lo peor es que el desenlace parece despachado en cuanto se presenta la primera oportunidad para soltar un discursito conciliador). Aun así, aunque « Megalopolis » sufra los derrumbes estructurales de un hombre que ha querido volcar en ella toda su visión del mundo al borde de su propia existencia, también está atravesada por destellos geniales del cineasta. En ciertos momentos, Coppola consigue romper con el exceso que lo rodea y nos eleva, aunque solo sea por una escena o un plano, al materializar una idea, un símbolo o una emoción como nadie más podría. La película está llena de esos destellos, y son precisamente los que la hacen destacar sobre tantas despedidas fílmicas de otros que se creen con derecho a juzgar al mundo. También ayuda un reparto poderoso, capaz de llevar ciertos momentos a su máxima expresión. Y ahí es donde « Megalopolis » pretende guiarnos: hacia lo mejor que el ser humano puede ofrecer, pese a todos los errores y caídas que comete en el camino. Ingenuamente, sí, pero con la energía de un viejo león que ha recuperado el entusiasmo juvenil al volver a rodar con una cámara entre las manos. Un cine que se imagina grande, desmesurado, de ese que ya casi no se ve. Claro, es difícil ponerle una nota tajante, pero como me ha provocado fascinación y aburrimiento a partes iguales, me quedo con una tímida media. Hay que verla, sin duda: no veremos otra película como esta en mucho, mucho tiempo.