Curiosa, desconcertante y, en cierto modo, profética propuesta la que firmaba Tsai Ming-liang en 1998 con 'The Hole', una poética exploración de la soledad y la incomunicación esbozada sobre un apocalíptico escenario con pandemias, cucarachas y cuarentenas de por medio. Por si ese panorama no fuese ya suficientemente desolador y kafkiano por sí solo, el director malayo castiga a sus personajes con una incesante lluvia torrencial que, aparte de aumentar la sensación de melancolía y tristeza de la película, acabará provocando un agujero entre las viviendas de nuestros dos protagonistas. Ella, una joven soñadora que se imagina a sí misma viviendo en un romántico musical. Él, un hombre que trabaja en una verdulería y que se pasa los días comiendo fideos instantáneos mientras ve la tele en calzoncillos. Dos almas solitarias y aparentemente muy diferentes entre sí, pero unidas por un sentimiento común de abandono, desconfianza y alienación social.

Con esa premisa, lo que podría haberse convertido en un inquietante relato de espionaje entre vecinos lo hace en su lugar en un introspectivo, onírico y, por momentos, surrealista descenso hacia algunos de los temores más primigenios del ser humano. Aspectos como la falta de afecto, el miedo a morir solos o la desazón existencial se ven reflejados tanto en la peculiar relación de los protagonistas como en su errática forma de actuar; la cual, además, se agravará debido al convulso ambiente de paranoia pandémica del exterior. El clima social apunta a la decadencia más absoluta, aunque su crudeza contrasta a su vez con leves pinceladas de humor absurdo y momentos musicales que no hacen sino acrecentar el constante aire de ensoñación que arrastra esta historia. Una película sin duda diferente, de tono contemplativo y cocinada a fuego lento, pero también muy interesante en su pesimista visión de un mundo cada vez más globalizado donde un agujero en el techo se convierte, paradójicamente, en la mejor forma de llenar el vacío emocional.