Crítica de Devilman Crybaby por MrPenguin

'Devilman Crybaby' es la típica serie que no tiene punto medio: o te gusta o la odias. Es complicado imaginar a alguien indiferente ante el impactante y lisérgico cóctel audiovisual de sangre, violencia, desnudos, sexo y pesimismo que nos ofrece Masaaki Yuasa, una de las mentes más prolíficas y creativas de la animación japonesa de los últimos años. El característico estilo del director y animador nipón —marcado por el minimalismo visual, los trazos sencillos y en ocasiones deformados (este señor ha trabajado en 'Shin-chan', para que os hagáis una idea) y la enorme plasticidad en los movimientos de los personajes— se encuentra presente en cada plano y consigue convertir una historia mil veces vista (demonios que viven entre los humanos y poseen sus cuerpos) en una experiencia que, para bien o para mal, resulta completamente única.

Una vez superado ese choque inicial que supone su peculiar estilo de animación, Yuasa vuelve a golpearnos al sumergirnos en una espiral de locura que destila excesos por todas partes, pero que resulta de lo más efectiva para mostrar de forma visceral ese desfile de perversiones y pasiones humanas que conforman el verdadero trasfondo de la serie. Y es que, con la obvia y esperable metáfora de la oscuridad que todos llevamos dentro, el anime aprovecha para mostrar sin reparo el lado más cruel e irracional del ser humano, desde nuestra intolerancia hacia lo diferente hasta la facilidad con la que somos influenciados y manipulados por las masas. Ese componente reflexivo y crítico culmina en unos últimos capítulos que acentúan más si cabe toda la vorágine estilística y argumental que da forma a 'Devilman Crybaby', convirtiéndola en una serie capaz de resultar tan desagradable y difícil como hipnótica e interesante.