El título lo deja claro: esta es la historia de un monstruo. Y no la de uno cualquiera, no, sino la de uno de los asesinos en serie más inquietantes y perturbadores de toda la historia criminal de Estados Unidos: Jeffrey Dahmer, culpable del asesinato de 17 hombres —algunos de ellos menores de edad— así como de otras prácticas como el desmembramiento, la necrofilia y el canibalismo. Un expediente aterrador ante el que Ryan Murphy e Ian Brennan, creadores y guionistas de la serie, debían enfrentarse con una complicada pregunta en el horizonte: ¿cómo enfocar una miniserie de casi 10 horas de duración cuyo protagonista causa el más absoluto de los rechazos? Buscar la empatía con Dahmer ni siquiera era una opción, pero, al mismo tiempo, centrar la historia únicamente en sus atrocidades podía causar un desapego total por parte del espectador. Por suerte, la serie logra un adecuado equilibrio que nos permite adentrarnos en los posibles catalizadores de una mente tan trastornada como la de Dahmer, pero, eso sí, dejando siempre claro que todo lo que hizo no tenía justificación ni exculpación alguna.

No obstante, y dejando de lado al propio Dahmer —encarnado magistralmente por un Evan Peters antológico—, la serie destaca sobre todo por dar un más que necesario protagonismo a las víctimas —tratadas con sumo respeto— y por lanzar una afilada crítica contra los que podríamos considerar como los otros monstruos de esta historia: el racismo, la homofobia y la ineptitud de las instituciones estadounidenses. De hecho, la cantidad de vidas que se habrían salvado si algunos no hubieran mirado para otro lado pone los pelos de punta, y eso, sumado a la propia brutalidad de los crímenes, hace que estemos ante un relato extremadamente frustrante y difícil de digerir. En cualquier caso, toda esa repulsión no hace sino mostrar la crudeza de una realidad que, por desgracia, superó a cualquier tipo de ficción y que la serie, aun con sus licencias, logra reflejar con gran acierto para adentrarse en la psique del monstruo, en su génesis y en todos los factores —incluyendo la aberrante negligencia del sistema— que le llevaron a ser conocido como El Carnicero de Milwaukee.

Durísima, desoladora y retorcida, pero también increíblemente absorbente e interesante. Imprescindible para amantes del true crime.