Crítica de Regreso al futuro II por MrPenguin
Redactada: 2025-06-23
Primero viajaron al pasado, luego al futuro —el cual era, en realidad, su presente— y después, tras retomar la acción justo donde la habían dejado en la primera entrega, a ese verdadero mundo del mañana que suponía el desconocido, lejano y, por aquel entonces, todavía venidero 2015. Lo que se dice un buen cacao espaciotemporal que Robert Zemeckis y Bob Gale, poniéndose una vez más a los mandos del proyecto, abrazaban de manera definitiva con una secuela mucho más oscura, igualmente divertida y donde todo el componente de ciencia ficción, lejos de ser un mero MacGuffin narrativo, pasaba a convertirse en el principal catalizador de tan delirante aventura. Ya no solo por la cantidad de idas y venidas que iban a producirse entre pasado, presente y futuro, sino también por la forma en la que todas esas realidades, en buena parte alteradas por la accidentada presencia de nuestros muy queridos Marty y Doc, se irán entrelazando en torno a las peligrosas implicaciones que encierra la, por otra parte, siempre tentadora posibilidad de intentar cambiar el destino.
El resultado, al menos en lo que a paradojas temporales se refiere, se traducía en una película bastante más enrevesada que su predecesora, pero también más satírica tanto en su imaginativa representación del futuro (ese donde aeropatines, hologramas 3D y demás cachivaches imposibles convivían con la incansable —y profética— sobresaturación del cine de tiburones) como, por otro lado, en su distópico acercamiento a ese presente alternativo, quizás no tan distante del actual, en el que nos encontrábamos con una versión todavía más exagerada, villanesca y memética —que ya es decir— de Donald Trump. No dejaba de ser sino una forma de exprimir al máximo la fórmula de la original, solo que conservando su base de comedia, aventura y ciencia ficción para llevarla, eso sí, hasta el límite de la locura más absoluta y disfrutable. Como bien nos había avisado el propio Doc, las carreteras ya no eran necesarias allá a donde íbamos, pero mejor abrocharse los cinturones del DeLorean porque el viaje al que nos invitaba esta vez venía, desde luego, bien cargadito de curvas.
El resultado, al menos en lo que a paradojas temporales se refiere, se traducía en una película bastante más enrevesada que su predecesora, pero también más satírica tanto en su imaginativa representación del futuro (ese donde aeropatines, hologramas 3D y demás cachivaches imposibles convivían con la incansable —y profética— sobresaturación del cine de tiburones) como, por otro lado, en su distópico acercamiento a ese presente alternativo, quizás no tan distante del actual, en el que nos encontrábamos con una versión todavía más exagerada, villanesca y memética —que ya es decir— de Donald Trump. No dejaba de ser sino una forma de exprimir al máximo la fórmula de la original, solo que conservando su base de comedia, aventura y ciencia ficción para llevarla, eso sí, hasta el límite de la locura más absoluta y disfrutable. Como bien nos había avisado el propio Doc, las carreteras ya no eran necesarias allá a donde íbamos, pero mejor abrocharse los cinturones del DeLorean porque el viaje al que nos invitaba esta vez venía, desde luego, bien cargadito de curvas.
Guion
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Banda sonora
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Interpretación
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Efectos
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Ritmo
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Entretenimiento
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Complejidad
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