Crítica de Los otros por gjulo

En “Los Otros”, Alejandro Amenábar demuestra una vez más su talento atípico y versátil como director, capaz de transitar con éxito por distintos géneros, desde el thriller psicológico de “Tesis” hasta el cine fantástico de “Los Otros” y el drama humano de “Mar Adentro”. Con apenas 30 años, el cineasta español se puso al frente de una producción estadounidense, logrando crear una obra que combina inteligencia narrativa, atmósfera envolvente y una puesta en escena elegante. Ambientada en 1945, la película sigue a Grace, interpretada magistralmente por Nicole Kidman, una mujer rígida y profundamente religiosa que cría sola a sus dos hijos en una mansión aislada. Los niños, alérgicos a la luz, nunca se separan de sus rosarios, y Grace intenta transmitirles su fe mientras enfrenta fenómenos extraños que sugieren que la casa podría estar embrujada. La película juega con claroscuros, gritos, puertas que se cierran y otros elementos clásicos del cine de terror, creando una tensión constante sin necesidad de recurrir a efectos especiales. Un detalle notable es la simbología del número tres, presente en la Trinidad cristiana, en la estructura familiar y en los criados de la casa, así como en episodios bíblicos que evocan negación y duda. Este juego de significados refuerza la atmósfera de misterio y añade profundidad a la narrativa, haciendo que la historia funcione tanto como thriller psicológico como reflexión sobre la fe y la percepción de la realidad. La dirección de Amenábar es meticulosa: los exteriores son impresionantes, y las escenas de interior destacan por el manejo del juego de luces y sombras, mientras que la banda sonora complementa perfectamente la tensión y el suspenso. Nicole Kidman transmite con maestría la desesperación y el miedo de su personaje, y la película logra mantener al espectador inmerso en la intriga hasta un final inteligente, aunque algo previsible. “Los otros” se impone como un referente del cine fantástico contemporáneo, no por sus efectos espectaculares, sino por su clasicismo elegante, su melancolía sutil y su capacidad de provocar emociones y reflexiones profundas, consolidando a Amenábar como uno de los directores más originales y efectivos de su generación.