Redactada: 2024-02-19
El Conde de Pablo Larraín parece demostrar, una vez más, la tesis de que las películas de autor fichadas por Netflix son casi siempre decepcionantes. Esta extraña idea no consigue hincarle el diente al espectador. Desde Bela Lugosi, las películas de vampiros siempre han funcionado de la misma manera: el vampiro es malvado pero encantador, y de alguna manera nos cae bien, cosa que no ocurre con el vampiro asesino, que nos fastidia. Encontramos este patrón con Browning, luego con la Hammer, pero también con John Badham, Francis Ford Coppola o Roman Polanski... ¡y funciona! Quienes han intentado hacer del vampiro un personaje verdaderamente horrible e inquietante han fracasado (Werner Herzog). Hacer de Pinochet un vampiro es acabar con todo el lado grandilocuente de la mitología vampírica. Es un error fundamental que socava toda la película. El ejercicio estilístico, incluso con su sabrosa revelación final, parece tan inútil como a menudo tedioso, con su intrusiva voz en off, desde el momento en que el gran ausente de la película es el propio pueblo chileno. Por lo demás, la elección del blanco y negro parece más una coquetería que otra cosa (como una advertencia: te voy a hacer una película de autor). Técnicamente, la película no vuela muy alto, con una sobredosis de planos de campo y contraplano tan largos como un día de verano en el Ártico, cuyo único toque de luz lo aporta la actriz Paula Luchsinger. En cuanto a la trama, carece cruelmente de interés. De hecho, se adivina la intención del autor: denunciar la dictadura de Pinochet en modo ficción...
Guion
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Banda sonora
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Interpretación
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