
Remo Capitani
Mezcal
Después de atravesar medio desierto, Trinidad, un tipo muy diestro con el revólver, descubre que su hermano mayor, otro granuja como él, es ahora el sheriff de un pequeño pueblo. Como no tiene nada urgente que hacer, decide quedarse a comer y descansar por algún tiempo.
He visto esta película más veces de las que puedo recordar y, sin embargo, sigo sin saber por qué le llamaban Trinidad. Desconozco si se trataba simplemente de su nombre, de su apellido o de un mero seudónimo por aquello de ser Trinidad y to vago; pero lo que sí tengo claro es que su ya mítica entrada en escena —tumbado en una hamaca y a remolque de su propio caballo— era suficiente para saber que estábamos, sin lugar a dudas, ante un grandísimo personaje. Puede que no el que cabría esperar de un spaghetti western al uso, pero quizás porque el propio género, ya completamente agotado a finales de los 60, tampoco era el mismo. Tanto como para que un tal Enzo Barboni, muy consciente de que este tipo de producciones ya no daban más de sí, optase por un nuevo enfoque donde la crudeza se intercambiaba por humor, los tiroteos por mamporros y los spaghettis, dando paso al nuevo sobrenombre de fagioli western, por judías. Por, en definitiva, no tomarse en serio lo poco que quedaba de un género que iba a ser espabilado, al menos durante algunos años más, a base de tortazo limpio.
Para ello, Barboni decidió tomar todos los tópicos del western con el objetivo de retorcerlos, siempre a través de la exageración, hasta el límite de la parodia más absurda y disparatada. Ya no bastaba con la habitual estampa de ropajes polvorientos, pistoleros infalibles y violencia gratuita; ahora todo se llenaba de mugre, revólveres que acertaban hasta de espaldas y batallas campales que se resolvían a golpe de bofetón. Un giro total hacia la comedia física que, desde luego, nunca habría sido lo mismo sin Terence Hill y Bud Spencer, dos perfiles completamente opuestos cuya genial química en pantalla, principal responsable del enorme éxito que cosecharía la película, no hacía sino prender la chispa de la que acabaría situándose, aun con algunos bajones de ritmo en su tramo final, como una de sus más divertidas e inspiradas aventuras. Curioso western familiar lleno de encanto, humor y hostias como panes que, aun dejándome una vez más sin saber por qué le llamaban Trinidad, lo hace también con la absoluta certeza de ser un nombre que nunca jamás, al igual que esta película, podrá borrarse de mi memoria.
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