
Romy Schneider
Julia Anna 'Lily' Ackermann
Amargado por la falta de eficacia de la justicia y por la proliferación de la delincuencia profesional, el juez Max abandona su carrera y se hace detective privado. En una ocasión, para detener a una peligrosa banda, decide infiltrarse en ella. Así es como conoce a Lily, una prostituta que es la novia del jefe. Pronto surgirá entre ellos una irresistible atracción.
Aunque el trabajo del realizador cinematográfico Claude Sautet se caracteriza por la sobriedad, por su carencia absoluta de efectismos, sólo se le puede achacar -sin llegar al reproche- cierta frialdad expositiva con tendencia a caminar sobre el filo de la navaja, a rozar casi lo imposible. Con todo y atendiéndonos a ésto, su credibilidad final siempre acaba por resultar indemne y su valentía, remarcada.
Si a ello se añade que el director francés domina la narrativa con extraordinaria soltura es muy improbable que una sola película suya llegue a defraudar al espectador. "Max et les ferrateurs" es un buen ejemplo de lo dicho. Funciona, dentro de un minucioso y blindado guión, como la más ajustada pieza de relojería. Asimismo -genuina marca de su realizador- los personajes están muy bien trazados e incluso proyecta un buen estudio psicológico, al menos de los principales protagonistas.
Sólo es de lamentar la casi errática actitud de Max -solventada con un par de frases de terceros- para definir la que sería más profunda motivación del personaje, el motor de la extraña actitud que adoptará luego y por donde discurrirá toda la historia. También puede echarse en falta algún indicio más preciso de su encubierta atracción por la prostituta Lily. Pero ambas licencias apuntan al más que elogiable interés del realizador por implicarse y ponerse, una vez más, el traje de faena en el intento de enriquecer a sus personajes y a esos arriesgados saltos sin red mencionados al principio. Dicho sea de paso, los actores que encarnan a Max (Michel Piccoli) y, sobre todo, a Lily (Romy Schneider) merecerían un apartado para ellos solos. Su admirable actuación, junto a la de secundarios como Périer, Wilson o Fresson, contribuyen a la mayor credibilidad y son importante aliciente para el relato.
Película de incuestionable interés -aún con algún pequeño altibajo- que merece verse con los ojos y los oídos bien abiertos. Al final, deja el buen sabor característico de los trabajos mejor elaborados del Polar o cine negro francés.
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