
Franco Nero
Django
El mercenario y ex-soldado yankee Django (Nero) llega a un desértico pueblo mexicano con un ataúd. Su objetivo: la venganza contra el mayor Jackson. Un spaghetti-western originalmente prohibido en Inglaterra por su violencia. Fan declarado del film, Quentin Tarantino "copió" la escena donde un general le rebana la oreja a un predicador para su "Reservoir Dogs" y en 2012 estrenó "Django Unchained", una película que homenajea a ésta usando su música entre otros elementos.
Es posible que algunos solo recuerden su nombre gracias a Tarantino, pero lo cierto es que hubo un tiempo no tan lejano, años antes de esa suerte de tributo velado que fue 'Django Unchained', donde el género ya se había rendido, justo en plena época dorada del spaguetti western, ante la lacónica figura de otro Django algo menos elocuente, igualmente sediento de venganza y, eso sí, mucho más despiadado. Django a secas. El original. La sublimación del pistolero frío, amoral e imperturbable que tanto debemos a la dupla Leone-Eastwood y que Sergio Corbucci reconvertía, aun a pesar del aura sombría que destilaba a cada paso, en el principal faro de esperanza de uno de los relatos más sucios, violentos y salvajes jamás concebidos en el western italiano. Ni tan siquiera la sórdida estampa de sus mugrientos escenarios, tan decadentes como la moral de los personajes que en ellos habitan, permanecía impasible ante la gélida mirada de quien hará todo cuanto esté en sus manos, incluso si eso implica perder lo poco que le queda de humanidad, por alcanzar su tan ansiada vendetta.
Corbucci, alejándose del western más romantizado, nos adentraba así en una árida espiral de sangre, podredumbre y brutalidad que poco o nada tenía que ver con lo previamente visto, al menos hasta el momento, dentro de la industria norteamericana. Ya no había lugar para la épica del duelo limpio ni para códigos de honor entre forajidos: lo que 'Django' proponía era un mundo en plena degradación; uno donde tanto las fuerzas del poder como de la revolución, aquí repartidas entre supremacistas confederados y rebeldes mexicanos, eran igual de corruptas y en el que tan solo la misteriosa silueta del justiciero impasible, siempre amparada bajo la imponente presencia del gran Franco Nero, parecía albergar espacio para la redención. El barro daba paso al polvo, la metralla a los silencios y la muerte —inapelable, repentina, casi siempre sucia— se erigía como la única y verdadera ley. Hiperviolenta, macarra y pura serie B al servicio de un personaje cuyo nombre, a diferencia de su inicial —ya muda por aquel entonces—, todavía sigue sonando, por suerte, con la misma fuerza del primer día.
Siempre he renegado de la serie B en el contexto hollywoodiense/americano, pero he de reconocer que su uso y concepción en el spaguetti western es maravilloso y muy disfrutable. Sergio Corbucci ya me sorprendió con su notable 'Il grande silenzio' y lo vuelve hacer con su aún más mítica 'Django'.
Ayuda que los elementos del género -y cómo están llevados- son de mi agrado: esa intensidad dramática bañada en la rotundidad casi inexpresiva de su protagonista, el toque gore, el fatalismo y la crueldad que abrazan su mundo. Elementos que aportan ese sabor diferencial que en numerosas ocasiones no termino de encontrar en el western americano.
Me quedo con ganas de seguir explorando el género, y pocas cosas más positivas se pueden decir de una película así.
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