
Chus Lampreave
Yolanda Proharán
Don Anselmo, un anciano jubilado, decide comprar un cochecito motorizado para discapacitados ya que todos sus amigos pensionistas tienen uno. Su familia se niega rotundamente a que compre el vehículo, así que don Anselmo decide tomar medidas extremas para lograr su objetivo…
Primero fue 'El pisito' y luego, apenas dos años después, 'El cochecito'. Títulos diminutivos para historias no menos pequeñas pero, a cambio, enormemente profundas en su afilada forma de retratar la sociedad de la época. De esa España de posguerra que Marco Ferreri y Rafael Azcona, firmando su segunda colaboración conjunta, inmortalizaban a través de la marchita mirada de don Anselmo —enorme Pepe Isbert en el papel—, un anciano empeñado, pese a su buen estado de salud, en que su hijo le compre un triciclo motorizado y, de ese modo, poder acompañar a su envejecido grupo de amigos, todos ellos usuarios de algún vehículo, por las concurridas calles de Madrid. Elevado más a capricho que a necesidad, el dichoso cochecito se convertirá no solo en ansiado objeto de deseo, sino también en el ácido reflejo de una España todavía empobrecida que, sin embargo, se veía abocada, por impulso del propio régimen, al consumismo más feroz. "No queremos una España de proletarios, sino de propietarios", decían algunos. La situación socioeconómica daba igual: había que comprar.
Ferreri, abrazando la corriente neorrealista de su Italia natal, tomaba ese escenario para capturar, a modo de esperpéntica fotografía, toda la crudeza que asolaba a la España de aquel entonces, pero también para teñirla de un corrosivo tono de comedia negra. No para suavizar la realidad, sino más bien para vestirla de ese necesario velo de sátira social donde nada ni nadie, desde hijos ingratos hasta el propio sistema capitalista, se quedaba sin recibir un dardo envenenado. Tanto es así que tuvieron que pasar 60 años para que su controvertido final, torpemente mutilado en su día por la censura franquista, pudiera ver la luz y así poner, de una vez por todas, el cierre definitivo a esta divertida y, por momentos, perversa radiografía social por la que el tiempo, al menos en su aspecto más crítico, parece no haber pasado. Mordaz reflejo de otra época que, por desgracia, sigue permeando hasta la nuestra ya sea en forma de cochecito, patinete eléctrico o smartphone de última generación. El mensaje, a fin de cuentas, no ha cambiado: hay que seguir comprando.
En 'El cochecito' encontramos al gran José Isbert protagonizando una comedia negra sobre un abuelo obsesionado por conseguir una coche para paralíticos con tal de ser aceptado por sus congéneres. El egoísmo y la infantilización de la tercera edad culminados con un grotesco final.
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