No cabe duda de que el desempleo es uno de los mayores problemas a los que debe enfrentarse cualquier país, especialmente si la tasa de parados supone un porcentaje lo suficientemente alto como para amenazar la sostenibilidad de todo el sistema económico. En el mundo que nos propone 'Trepalium', esta situación se ha agravado hasta niveles tan dramáticos que un muro de 40 metros de altura divide a la ciudad en dos: a un lado, en el núcleo conocido como "la Ciudad", vive la minoría activa, mientras que al otro lado, en los suburbios bautizados como "la Zona", residen todos aquellos que no disponen de trabajo y que suponen el 80% de la población total. La diferencia principal entre ambas partes, más allá de todo el tema del empleo, es que los inactivos viven en condiciones extremadamente precarias y son tratados como ratas por los activos, convirtiendo así al trabajo en un indicador no solo de sus derechos como individuos, sino también de su propia dignidad.

A partir de esa premisa, y siguiendo la estela de otras distopías como las de 'Un mundo feliz' o '1984', 'Trepalium' nos lleva hasta una sociedad totalitaria marcada por sus grandes desequilibrios y por el poder que unos pocos ejercen sobre las masas, aunque, en mi opinión, estos temas no están tan explotados como podrían. Toda la lectura y crítica social que podamos encontrar en la serie reside principalmente en la propia concepción del mundo que vemos en el primer capítulo, pero, de ahí en adelante, la trama avanza en piloto automático y no acaba de profundizar demasiado en nada. Destaca sin duda el genial juego de contrastes que se genera entre ambas realidades, contraponiendo los colores cálidos, el orden y la sumisión presentes en la Ciudad frente a los tonos fríos, el caos y la libertad de la Zona, pero la falta de un buen desarrollo impide que todo eso vaya más allá de su impacto inicial. En definitiva, una interesante propuesta terriblemente desaprovechada.