Si el síndrome de Estocolmo trata de empatía, aplicar a una serie basada en hechos reales el tono narrativo machoalfista y sobrado de Guy Ritchie, da como resultado la aversión máxima al protagonista, creando justamente el efecto contrario al del famoso síndrome.
Imposible empatizar con esta versión de Clark Oloffson, que alcanza unas cotas altísimas de frivolidad y estupidez, aparte de deformar la historia al nivel de dos tontos muy tontos, pero sin gracia. Ni los momentos que cuentan sus traumas familiares de la infancia sirven para que nos pongamos en su piel y justifiquemos el perfil del colega.
Una lástima, porque la producción es buena, la foto está chula y la música de la época le da su punto, pero la dirección y el guión están sometidos a esa voz en off "desenfadada y canalla" tan de moda en el cine actual sobre delincuentes, y que algún iluminado ha decidido que era lo que funcionaba para narrar esta historia. Gran error.
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