Crítica de La semilla del diablo por BlackSwan

“La semilla del diablo” es una película inquietante de esas que no te dejan dormir tranquilo después de verla. Polanski consigue crear un ambiente tan tenso, cargado de una atmósfera de peligro constante, que incluso cuando te crees que puedes relajarte un poco, te das cuenta de que siempre hay algo acechando en las sombras. La historia, basada en el libro de Ira Levin, podría sonar como algo que hemos visto mil veces: brujas, demonios, conspiraciones… pero lo que hace que esta película se sienta diferente es la forma en que Polanski nos hace vivir la historia a través de los ojos de Rosemary, sin prisa, dejándonos llegar al terror de a poco, mientras vemos cómo su vida se va desmoronando ante nuestros ojos.

Lo que me sorprendió es que, a pesar de que sabes que algo horrible está pasando, no es hasta el final cuando todo cobra sentido. Y no es un giro de esos que te dejan boquiabierto, sino algo más sutil y perturbador, porque sabes lo que va a pasar, pero la impotencia de no poder hacer nada por ella te deja una sensación horrible.

Las actuaciones son clave aquí. Mia Farrow está fantástica como Rosemary, consiguiendo transmitir esa vulnerabilidad y desesperación de una mujer que no sabe en quién confiar. Ruth Gordon, como la vecina, le da un toque macabro y extraño que te mantiene alerta. La interacción entre ellas, además, es muy natural, lo que hace que todo sea más real y aterrador. La película está llena de personajes que parecen sacados de un sueño extraño y, sin embargo, se sienten increíblemente reales.

Lo más impresionante es cómo Polanski logra que todo se sienta tan cercano, tan posible. A veces en este tipo de películas los personajes son solo marionetas para que la trama avance, pero aquí no. Aquí los personajes se sienten humanos, con sus miedos, sus deseos, sus errores. Y eso hace que el miedo sea aún más efectivo.