Crítica de La chaqueta metálica por MrPenguin

Treinta años después de aquel magistral alegato en contra de la guerra que fue 'Senderos de gloria', Stanley Kubrick volvía al campo de batalla —Vietnam, en este caso— con 'La chaqueta metálica', uno de los títulos más recordados de su filmografía y, al mismo tiempo, también uno de los que más suelen dividir al público. La película, basada en la novela autobiográfica 'The Short-Timers' de Gustav Hasford, presenta dos partes claramente diferenciadas que, pese al brusco cambio existente entre ambas, sirven para dar forma a un mismo mensaje que va bastante más allá del simple discurso antibelicista. La primera parte tiene lugar durante la instrucción militar; un proceso de despersonalización en el que el implacable sargento Hartman (antológico Ronald Lee Ermey en el papel) hará todo lo posible por anular la mente de cada recluta a base de humillaciones, vejaciones e ingeniosas retahílas de insultos y apodos que ya forman parte de la historia del cine.

El segundo acto, introducido tras una elipsis temporal y a ritmo de rock clásico sesentero, nos sitúa en pleno Vietnam para seguir el conflicto desde el punto de vista de J.T. "Bufón" Davis, uno de los reclutas que ahora ejerce como corresponsal de guerra. Esta parte, si bien es cierto que baja el nivel de intensidad y que adquiere un tono más convencional (causando esa división que comentaba al principio), continúa reflejando con gran acierto los entresijos de la guerra, la fragilidad de unos chavales obligados a convertirse en máquinas de matar de la noche a la mañana y las consecuencias de un adoctrinamiento concebido para destruir el yo individual como camino hacia la destrucción del enemigo. Una cruda aproximación a la manipulación de los medios y del sistema desde la particular y siempre mordaz mirada de un Stanley Kubrick que, una vez más, volvía a firmar una experiencia audiovisual inolvidable y una obra para el recuerdo.