Crítica de Grey Gardens por Rath
La crónica familiar es bastante caótica, oscilando de lo casi cómico hasta lo deprimente. Desde el principio y a través de sus recuerdos, de las fotos que muestran, incluso de un excelente retrato tristemente apoyado en el suelo, queda patente que tanto las mujeres como la mansión conocieron mucho mejores tiempos. La degradación en que han ido sumiéndose parece no ser percibida por ninguna de ellas y se mantienen con casi altiva dignidad y hasta filosófica indiferencia en compañía de infinidad de gatos e incluso algún que otro animal silvestre (mapaches, hurones...) que Edie, la hija, ha tenido a bien adoptar en la buhardilla. Son lo que se entiende por mujeres mundanas, bastante desprejuiciadas a pesar de ser católicas devotas debido a una estricta y refinada formación, contradicciones sólo aparentes pero que acabaron por convertirlas en una especie de ídolos de la contracultura estadounidense. Es destacable el absoluto protagonismo, la omnipresencia de la pareja así como sus pequeños y repetidos altercados lingüisticos. Excepción hecha de la visita de una pareja amiga (inenarrables sus expresiones en la despedida...) para celebrar el cumpleaños de Edith, la madre, y una escapada de la hija a una playa próxima, la mansión que da título a la película será la tercera gran protagonista (junto a la legión de gatos, claro) de esta mini epopeya familiar.
Aprovechando el ya referido abundante material filmado por los Maysles Bros. en el interior de Grey Gardens, en 2009 harían un nuevo montaje con parte de cuanto fue desechado aquí.
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