Crítica de El show de Truman por MrPenguin
Redactada: 2025-08-19
En el momento de su estreno todavía no lo sabíamos, pero 'El show de Truman' era, en cierto modo, como un profético anticipo de lo que estaba por llegar. De todo ese fenómeno que supondrían los reality shows y que, apenas un par de años antes de que millones de personas fuesen abducidas por aquel morboso espectáculo que supuso 'Gran Hermano', ya nos presentaba algo similar a través de la figura de Truman Burbank, un hombre aparentemente normal cuya completa existencia, ya desde el mismo instante de su nacimiento, forma parte del programa de televisión más longevo y ambicioso de la historia. La vida en directo, como bien nos vendían los realities en su momento. Una farsa metódicamente planificada de falsos amigos, donde la libertad es una ilusión y en la que absolutamente todo, tal y como le gusta afirmar al artífice de tan gigantesco teatro, es mentira salvo el propio Truman. «Él es auténtico. Es real».
Pero, ¿cómo sentirse real cuando todo a tu alrededor es falso? ¿Cómo no sentir que tu mundo interior se derrumba bajo la certeza de que el exterior es pura ficción? Casi como si de una versión moderna de la caverna de Platón se tratase, todo cuanto Truman ve y acepta como cierto, siempre desde ese aura de infinita inocencia que Jim Carrey nos regala, no es más que la mera proyección que aquellos que le rodean, ajenos a los invisibles muros de tan engañosa utopía, han diseñado para él. Su particular búsqueda de la verdad no solo daba paso a una profunda reflexión sobre la cada vez más difusa línea entre realidad y ficción, sino también a una de las más enternecedoras y, al mismo tiempo, desgarradoras metáforas jamás filmadas sobre los límites del entretenimiento y, muy especialmente, sobre la necesidad de encontrarse a uno mismo, así como el lugar que ocupamos en el mundo, entre esa maraña de preceptos programados a los que llamamos vida. De, a fin de cuentas, alcanzar esa tan ansiada libertad que supone, aunque ello implique también equivocarse, el ser capaces de vivir nuestra propia vida.
Y, por si no volvernos a vernos al otro lado de la pantalla: buenos días, buenas tardes y buenas noches.
Pero, ¿cómo sentirse real cuando todo a tu alrededor es falso? ¿Cómo no sentir que tu mundo interior se derrumba bajo la certeza de que el exterior es pura ficción? Casi como si de una versión moderna de la caverna de Platón se tratase, todo cuanto Truman ve y acepta como cierto, siempre desde ese aura de infinita inocencia que Jim Carrey nos regala, no es más que la mera proyección que aquellos que le rodean, ajenos a los invisibles muros de tan engañosa utopía, han diseñado para él. Su particular búsqueda de la verdad no solo daba paso a una profunda reflexión sobre la cada vez más difusa línea entre realidad y ficción, sino también a una de las más enternecedoras y, al mismo tiempo, desgarradoras metáforas jamás filmadas sobre los límites del entretenimiento y, muy especialmente, sobre la necesidad de encontrarse a uno mismo, así como el lugar que ocupamos en el mundo, entre esa maraña de preceptos programados a los que llamamos vida. De, a fin de cuentas, alcanzar esa tan ansiada libertad que supone, aunque ello implique también equivocarse, el ser capaces de vivir nuestra propia vida.
Y, por si no volvernos a vernos al otro lado de la pantalla: buenos días, buenas tardes y buenas noches.
Guion
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Banda sonora
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Interpretación
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Efectos
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Ritmo
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Entretenimiento
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Complejidad
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Sentimiento
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Duracion
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Credibilidad
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Fotografía
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Dirección
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