
John Schneider
Carl Willis
Para el joven Zach Hayes la vida en la granja de su madre sólo significa trabajar duro durante largas y agotadoras horas y sobrellevar resignadamente las violentas disputas familiares que el irascible y fanático carácter de su padrastro provoca constantemente, hasta que cierta noche un meteorito cae sorpresivamente del cielo sobre la plantación de manzanos de la granja, transformando terrorificamente su habitual modo de vida. El meteorito está contaminando toda la granja y envenenando mortalmente a la familia Hayes... Adaptación de una historia de H.P. Lovecraft.
Segunda adaptación del relato 'The Color Out of Space' de Lovecraft y segundo intento, tras aquella incursión en el cine clásico que fue 'Die, Monster, Die!', de trasladar al celuloide su enorme —y prácticamente inadaptable— imaginario conceptual. David Keith, quizás consciente de la dificultad que dicho proceso encerraba, optó por una visión alternativa de la obra original donde toda la génesis del horror, aquí reflejada en esa misteriosa roca venida del espacio exterior, se difumina en favor de las apocalípticas consecuencias que asolarán la granja de los Crane. Un aparentemente apacible lugar sometido, en realidad, bajo el estricto y ultracatólico yugo de su patriarca que la película, aportando una nueva perspectiva con respecto a los textos de Lovecraft, utiliza para invitarnos a un incierto viaje hacia los rincones más oscuros de la América profunda. Las inimaginables creaciones lovecraftianas enfrentadas, en clave de body horror rural, con los preceptos más abrasivos del conservadurismo religioso. El terror cósmico contra el terrenal.
Dos conceptos independientes —animales mutantes frente a familias mal avenidas— que, a efectos puramente narrativos, se traducen también en dos partes claramente diferenciadas dentro de la película. De hecho, y aunque no aparezca debidamente acreditado, la segunda mitad del proyecto estuvo a cargo de Lucio Fulci, quien, desde su rol de supervisor de efectos especiales, supo imprimir no solo una mayor espectacularidad visual a la cinta, sino también un mejor ritmo —especialmente si la comparamos con su introductoria primera parte— hasta convertirla en un delirante festival de vísceras, pústulas y aberraciones corporales. Desigual resultado para una adaptación que funciona mejor cuanto más abraza su condición de cine de terror de serie B, con reminiscencias al estilo de John Carpenter, que cuanto más se acerca al drama familiar, pero, pese a todo, curiosa en su forma de sintetizar las siniestras páginas de Lovecraft. Para incondicionales del maestro y para todos aquellos que, como el que firma estas líneas, echen de menos el poder torturar a los habitantes de la granja Playmobil.
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