
Angeliki Papoulia
Older Daughter
Un matrimonio con tres hijos vive en una mansión en las afueras de una ciudad. Los chicos, que nunca han salido de casa, son educados según los métodos que sus padres juzgan más apropiados y sin recibir ninguna influencia del exterior. Creen que los aviones son juguetes o que el mar es un tipo de silla forrada de cuero. La única persona que puede entrar en la casa es Christine, guardia de seguridad en la fábrica del padre.
'Canino' o cómo llevar el Mito de la Caverna de Platón a un nuevo y delirante nivel. Así definiría a esta atrevida propuesta del siempre controvertido Yorgos Lanthimos, quien en esta ocasión nos traslada al seno de un peculiar matrimonio griego cuyos tres hijos, todos ellos bastante creciditos, viven totalmente aislados del mundo exterior en una especie de adolescencia perpetua. Un extraño universo ajeno al resto de la sociedad y manejado por la tiranía del padre, la complicidad de la madre y los cuestionables métodos de enseñanza que ambos siguen para educar a sus hijos y, según ellos, mantenerlos alejados de toda impureza externa. La película toma esta singular premisa y, desarrollándola casi como si de un documental se tratase, nos embarca en un desconcertante y aséptico viaje donde absolutamente todo —incluyendo algunas escenas realmente perturbadoras— está puesto al servicio de su alegórico análisis sobre la manipulación, la educación y el papel que el entorno puede llegar a jugar en la construcción de la identidad.
No es la primera vez que estos temas son explorados en el cine y, de hecho, ahí tenemos títulos como 'Matrix', 'El bosque' o 'El show de Truman'. Sin embargo, 'Canino' opta por hacer un especial hincapié en el concepto de la familia como eje principal en la formación del individuo, especialmente cuando este es un niño y todavía está forjando su personalidad y su capacidad para razonar. Para el propio Platón, la ignorancia era una enfermedad del alma, una forma de esclavitud; y eso es algo que 'Canino' manifiesta perfectamente tanto a través de su escueta puesta en escena —fría, estéril e incluso claustrofóbica por momentos— como de la inquietud que transmiten unos personajes que se comportan como meros autómatas. Si todo esto es una fumada de Lanthimos o una obra maestra es algo que deberá decidir cada uno, porque, si algo podemos aprender de este disruptivo y surrealista ejercicio cinematográfico es, precisamente, a cuestionarnos todo aquello que vemos y a valorar la importancia del pensamiento crítico como forma de liberación.
La primera media hora es un tedio, luego es buenísima y el final es una basura. Es una película obligada, excelente, aunque no termine de una forma satisfactoria a pesar de que maneje ese aura de película experimental, tiene un final abierto que no es tal.
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