Críticas de Exposición de amor

'Love Exposure' no me ha parecido tan redonda como 'Why don't you play in hell', comparativa destacable pues hablamos de la favorita de la mayoría, quizás por ser tan excesiva. Cuatro horas son cuatro horas aún con un ritmo endiablado pero, al mismo tiempo, su propuesta es tan delirante, absurda y frenética que es difícil no rendirse a su extravagante encanto y carisma.

¿Puede ser la historia de amor más loca que ha dado el cine? Lo que queda claro es que Sion Sono es un director único, y eso es algo que muy pocos pueden decir.

"Basada en hechos reales". Eso es lo que afirma la película a modo de prólogo y, aunque su director —el siempre polémico Sion Sono— aseguró que solo algunas partes del guion eran verídicas, lo cierto es que no me costaría creer nada de lo que acabo de presenciar en 'Love Exposure', una rocambolesca historia de amor adolescente que alberga, a su vez, una delirante crítica al preocupante tema de las sectas en Japón, a las muchas contradicciones de la fe y a la dependencia del ser humano hacia todo aquello en lo que decide refugiarse con tal de sostener su existencia. Sea la religión o sea el amor. Al fin y al cabo, ambas realidades son capaces de erigirse del mismo modo como fuerzas liberadoras o, por el contrario, como prisiones infranqueables. Sono toma esa dualidad y la va explotando, mediante continuos cambios en cuanto a tono y forma, a lo largo de cuatro delirantes horas de odisea romántica que, pese a su extensa duración, no encuentra problemas para atraparnos en su curiosa propuesta.

Dividida en tres partes claramente diferenciadas, 'Love Exposure' nos sumerge así en un peculiar crisol de géneros y temáticas que permiten que la historia, aun teniendo una línea argumental muy marcada, esté en constante mutación. El melodrama es capaz de convivir con la acción salvaje al tiempo que el fetichismo más pecaminoso lo hace con el fervor religioso más apasionado, aunque todo ello sin abandonar nunca las pinceladas de humor absurdo, su afilada visión de los convencionalismos más asfixiantes de la sociedad japonesa ni, por supuesto, la sátira con la que deconstruye el concepto de dogma y la forma en que, en ocasiones, nos aferramos a él a costa de sacrificar el pensamiento crítico. Y sí, siguen siendo cuatro horazas que exigen mucho del espectador, pero que también logran ofrecernos un magnético y demencial retrato de ese sinsentido al que llamamos amor. Porque, al final, puede que el propio hecho de amar sea lo más loco que podamos hacer por amor, pero... ¿qué sentido tendría si no la vida sin ese puntito de locura?