
Oscar Ljung
Simon
Suecia, siglo XIV. Como cada verano, una doncella debe hacer la ofrenda de las velas en el altar de la Virgen. El rey Töre envía a su hija Karin en compañía de Ingrid, una muchacha que odia a Karin en secreto. Antes de cruzar el bosque, Ingrid se detiene y abandona a la princesa, pero la muchacha prosigue su camino y se encuentra con unos pastores, aparentemente afables, que la invitan a compartir su comida.
Apenas tres años después de la maravillosa 'El séptimo sello', Ingmar Bergman regresaba a la Suecia medieval con 'El manantial de la doncella', un desgarrador relato con el que el cineasta sueco lograba el primer Óscar de su exitosa trayectoria. La historia, basada en una leyenda nórdica del siglo XIII, comienza con la figura de la joven Ingeri —hija bastarda del rey Töre— suplicando ayuda a Odín mientras, a unas pocas habitaciones de distancia, su padre y su madrastra hacen lo propio frente a una imagen de Jesucristo en la cruz. Esa contraposición entre las creencias de antaño y la nueva religión, entre paganismo y cristianismo, da paso a un continuo juego de contrastes que se mantendrá a lo largo de toda la película y que marcará los destinos de sus personajes. Inocencia y pecado, pureza y deseo, misericordia y venganza y, en definitiva y siempre desde el punto de vista que la doctrina religiosa nos ha impuesto, el bien frente al mal.
Sin embargo, Bergman no parece decantarse por ninguna de las dos creencias enfrentadas y, de hecho, no las muestra como las fuerzas liberadoras del espíritu que deberían ser, sino como las losas prohibitivas y esclavizadoras que, en muchas ocasiones, acaban siendo. Odín, encarnado aquí como símbolo de odio y venganza, satisface las plegarias maliciosas de Ingeri al tiempo que el Dios cristiano, siempre juzgando pero nunca actuando, deja a sus fieles a su suerte. Esto podría tomarse como una metáfora donde los dioses ancestrales se imponen a los nuevos, pero, conociendo un poco a Bergman, creo que viene a reflejar esa postura de pesimismo existencial tan habitual en su obra y en la que la maldad, siempre inherente al ser humano, prevalece sobre una bondad que solo aflora en pequeños destellos esporádicos. Una cruda visión de nuestra propia naturaleza que Bergman condensa en una película tan sobria en el plano técnico como dura en el emocional y que, como casi todo lo que filmó el director sueco, logra remover por dentro e invitar a la reflexión.
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