Para comenzar la crítica de este thriller que considero de culto, me fijaré primero en el en el guión. James Dearden y Nicholas Meyer nos ofrecen una historia fuerte, entre el romance y el miedo, entre los bellos sentimientos y el horror. Todo comienza con dulzura y encanto, para convertirse poco a poco en una visión del miedo y en una pesadilla a la que asiste el protagonista, como impotente ante tanto odio y locura. Nadie podía esperar semejante espectáculo, ni siquiera el espectador más imaginativo. Es un verdadero impacto seguir este lento descenso a los infiernos de un padre de familia banal al principio, pero que luego engaña a su mujer. Todo va in crescendo hasta la escena final, ***contenido con spoilers*** inolvidable e impactante. Este pecado de la carne será así castigado, y con cada suceso abominable, no podemos pensar que habrá algo peor en la escena siguiente, que los guionistas aún no han revelado sus peores ideas. Y es cuando la película se desborda cuando vemos todo el talento de Michael Douglas, el monstruoso intérprete de Dan Gallagher, cuyo nombre aprecio, y que deja boquiabiertos a todos con su actuación y toda la emoción que consigue transmitir más allá de la película. En las dos últimas grandes escenas de Atracción fatal sentí escalofríos deleitándome con la interpretación que nos regalan Glenn Close y Michael Douglas, los dos actores que yo calificaría como los mejores de esta película. También es la música: sofocante, opresiva y trepidante, compuesta por Maurice Jare, que aquí produce una banda sonora de extrema calidad, lo que me impresionó en este thriller. A veces el director sugiere en lugar de mostrar y eso da una sensación de inquietud muy palpable y controlada. El final, acompañado de la misma banda sonora antes mencionada, es realmente excelente, además de estar muy bien rodado. El último plano de la cámara nos dice mucho sobre el futuro de los protagonistas. Atracción fatal es la forma perfecta de transmitir un mensaje al espectador y a quienes la vean: nunca engañes a nadie, ni a tu mujer ni a tu marido, ni a nadie, porque las consecuencias podrían resultar, si no inesperadas, sí bastante monumentales. Una moraleja bien transcrita, manejada con mimo y habilidad, que será recordada y recordada por la mayoría.