Empecé 'The Office' hace unos cuatro meses y hoy, apenas un día después de terminarla, ya la echo de menos. La empecé con dudas sobre si una empresa dedicada a la venta de papel podría ser tan divertida como todos decían y, con el paso de las temporadas, he llegado incluso a llorar de risa. La empecé sin entender por qué estaba rodada como un falso documental si toda la acción tenía lugar en un sitio tan anodino como una oficina y acabé comprendiendo que era porque, detrás de todo el humor absurdo, había una serie de personajes muy humanos en los que puedes verte reflejado y cuyas historias debían ser contadas al mundo. La empecé preguntándome cómo demonios podía funcionar un negocio con unos trabajadores tan estrafalarios dirigidos por un jefe que es como un niño grande y acabé entendiendo que es porque son como una gran familia de la que tú mismo acabas formando parte. La empecé temiendo que nueve temporadas fueran demasiadas y, a pesar de los altibajos de las dos últimas, he acabado deseando que hubiera más capítulos que siguieran acompañando mi día a día. La empecé sin saber si valdría la pena y ahora me gustaría borrarla de mi memoria para poder empezarla de nuevo como la primera vez.

Gracias por todo, Dunder Mifflin Paper Company, Inc., tu objetivo era vender papel pero siempre serás recordada por regalar momentos inolvidables.

Y hoy, por segunda vez, he finalizado 'The Office'.
La serie que hace que suelte la carcajada aunque tenga un día de mierda, la serie que consigue que te olvides un poquito de todo durante veinte minutos y disfrutes, la serie que empecé viendo para que me distrajera del trabajo, la serie con la que he reído pero también he llorado. La serie que debería ser eterna.
El vacío existencial que siento es abrumador porque me doy cuenta de que no hay más, que aquí termina uno de los mejores espectáculos televisivos que he visto en mi vida.

No veré más a Dwight haciendo uno de los mejores papeles que se haya visto en televisión. Haciendo locuras inimaginables, montando caóticos simulacros de incendio que harán que casi vomites de risa y desafiando constantemente las leyes de la paciencia humana.
No veré más a Michael Scott, el mejor jefe de Dunder Mifflin y la mejor persona del mundo tratando a sus empleados como si fuesen el más preciado tesoro.
No veré más a Creed y sus arranques sociópatas.
No veré más a la odiosa Phyllis.
No veré más a Stanley y a sus fútiles intentos por no sufrir un ataque al corazón mientras se come una pizza.
No veré más a la dulce Erin.
No veré más al gran Andy, capaz de que te rías y llores con él en un lapso de 2 minutos (comprobado).
No veré más a Kevin intentando no comer golosinas o muriéndose por dentro para guardar un secreto a favor de sus amigos.
No veré más a Oscar y sus puntualizaciones en todas las conversaciones.
No veré más a Angela y sus gatos juzgando a todo el mundo.
No veré más a Toby, el eterno segundón, tanto en el trabajo como en la vida.
No veré más las idas y venidas de Ryan y Kelly.
No veré más las borracheras, orgías y demás disparates de Meredith.
Y, por supuesto, no veré más a Jim y Pam, la pareja perfecta que hasta hace que vuelvas a creer en el amor. Aunque solo sea por un ratito.

Hasta siempre Dunder Mifflin, la empresa en la que cualquiera desearía trabajar (aunque al principio costase mucho).
Y hasta siempre 'The Office', gracias por este camino tan hermoso, lleno de risas y de mucha vida.
Volveremos a vernos en futuras revisiones, sin duda.

''That's what I said''.

Había leído tantas veces lo maravillosa que es The Office, que es una de las mejores series e incluso la mejor comedia de la historia, y aunque procuro no dejarme influir en exceso por esos comentarios y no tener demasiadas expectativas, ni buenas ni malas, era inevitable que me esperara algo bastante impresionante.

Y claro, esas expectativas me han jugado en contra, porque no me ha parecido para tanto, de hecho en ocasiones me preguntaba por qué la seguía viendo, si ni los personajes me caían bien, empezando por el propio Michael Scott, al que todo el mundo alaba y a mí me estaba pareciendo lo peor de lo peor. Y la veía igual que Modern family antes que ella, en esos momentos en los que no me apetecía pensar demasiado, o no quería ver algo muy profundo, y podía verme siete u ocho capítulos casi sin darme cuenta, porque es lo bueno de este tipo de series, y de vez en cuando tenía puntos que sí me hacían reír o me sacaban una sonrisa.

Pero también había leído muchas veces y visto muchos memes sobre la gente que abandona la serie en la primera o incluso en la segunda temporada porque no le engancha y luego se pierde lo mejor, o quienes decían que no les gustaba y luego les encanta en las siguientes. En mi caso no me ha ocurrido hasta la última temporada, supongo que ahí es donde he caído por completo. En todo momento se ha sabido que estaban grabando un documental, pero es en la novena temporada cuando de repente todo se vuelve más real, realmente se siente que es la última temporada, todo empieza a caer en su sitio, vienen los típicos flashbacks dispuestos a llegarte a la patata con dosis de nostalgia... Y ahí es cuando te das cuenta de que, incluso si antes no habías caído en ello o no le estabas dando importancia, has visto crecer a esos personajes, los has visto evolucionar, reírse, llorar, hacer sus vidas y formar familias... Y te emocionas viendo cómo todo encaja donde tiene que encajar y cada personaje va encontrando su lugar.

Y aquí me hallo, escribiendo esto después de la inmensa llorera que me ha entrado viendo el último capítulo. Sobre todo cuando aparece el señor Michael Scott.

Supongo que, quieras o no, The Office te termina atrapando tarde o temprano.