Empecé a ver Masterchef de forma más seguida en la tercera temporada, ahí fue cuando me enganché al programa. Recuerdo perfectamente que fue la temporada de Carlos Maldonado, que ha sido el primer concursante en tener una estrella Michelín no hace mucho, y cada vez que vuelve al programa me alegro porque es un tío simpático y muy trabajador. Esas primeras temporadas, desde esa, me enganché por el nivel de exigencia, por las recetas, algunas realmente imposibles, la competición, y unos jueces muy duros que no se cortaban nada a la hora de hacer valoraciones.

Siempre ha sido un show, un reality en realidad, pero creo que con el paso del tiempo eso se ha ido acentuando cada vez más. En cada edición, en el primer programa en el que eligen a los concursantes, ya sabes enseguida quiénes van a entrar, porque siempre siguen el mismo patrón, siempre hay alguien extranjero, alguien de la tercera edad, alguien con una historia muy dramática, alguien que sin duda va a dar mucho espectáculo y morbo al programa... Y ya si hay alguna pareja de ex, o hermanos, preferiblemente gemelos/as, está aún más claro. Lo que quiero decir es que cada vez importa más el show y mucho menos la cocina, dura más en el programa el que crea más polémica que el que tiene más futuro como chef.

Cada vez lo veía más en la plataforma y menos en Televisión Española, porque así podía ir saltando las partes de mucha paja, mucho diálogo, mucha publicidad, e iba a lo que me interesaba, la cocina. Pero los programas se hacían eternos incluso así, hasta el punto de que la última edición que ha habido la han dividido en dos días semanales porque los espectadores se quejaban de que los programas terminaban de madrugada. El problema es que así da aún más pereza ocupar dos noches de la semana en ver el mismo programa, y seguramente lo más interesante siempre estará en el segundo, donde está la expulsión de la semana. Y digo seguramente porque esa última edición ya no la he visto, tal vez algún día la vea por encima en RTVEPlay, o tal vez retome el programa en la siguiente edición, pero se ha ido convirtiendo en un verdadero despropósito.

Lo que más me gustó fue que, cuando Eva González se marchó a presentar La Voz y se quedaron sin presentadora, no la sustituyeron, porque en este programa no necesitan presentador, y menos alguien que no tenía ni la menor idea de lo que decía y estaba ahí por estar. Entre los tres jueces de siempre se bastan y se sobran para presentar, juzgar y relacionarse con los invitados.