Crítica de Honey Boy: Un niño Encantador por Sandris

Es difícil vivir cuando nadie te quiere bien. Shia Labeouf pone su infancia en pantalla a modo de purga de sus demonios internos, sacando adelante un guion durante su estancia en un centro de rehabilitación para enfrentarse a las secuelas que su padre dejó en él. En ‘Honey Boy’, Shia hace lo impensable: interpretar a su propio padre (no se me ocurre nada más complicado), un hombre violento, drogadicto, alcohólico, estafador y con un nulo sentido de la responsabilidad hacia su hijo. Ambos trabajan como dobles de cine, malviviendo en hoteles de mala muerte, viviendo con lo puesto y con la miseria por bandera. Otis no es un niño normal, Otis cuida de su padre ante el abandono de su madre. Otis es el padre y James el díscolo hijo. Pero si algo tiene de interesante la película, es que no todo es blanco o negro. Sabemos que Otis, en el futuro, está en un centro de rehabilitación para tratar el trastorno postraumático producido en su infancia, pero la dinámica que muestra con su progenitor es más que curiosa. Ambos son unos personajes complejísimos con sus luces y sus sombras, sus traumas, sus demonios sin exorcizar, ambos víctimas de la vida. Se quieren, James incluso quiere que su hijo prospere, pero no comparten una relación sana. Para muestra una de sus reflexiones que sintetiza bastante bien la dependencia que siente hacia Otis, su único medio para seguir adelante: “En el mundo real la verdad es que la madera se pudre tío, la piedra se desmorona, la gente se muere. Ese es el mundo real. Lo único que seguirá vivo serán las historias, las fábulas y los sueños […]. Tienes historias cada semana, sácalas del sobre, no me necesitas. Crea tus historias.”
James es una figura imponente, oscura, un verdugo. Y un padre jamás debería ser un verdugo. Si eso es lo único que puede ofrecer, entonces es que no es un padre de verdad. Una película dura y real, con unas actuaciones más que sobresalientes, aunque le falta bastante profundidad a esa extraña relación paternofilial.