A principios de los 2000, y tras el éxito de 'Blade' y 'Matrix', los guionistas Kevin Grevioux y Danny McBride tuvieron la brillante idea de fusionar ambos mundos para dar forma a 'Underworld', una curiosa amalgama de estilos, temáticas e influencias donde vampiros y licántropos se enfrentan en un estilizado espectáculo audiovisual en el que casi cualquier cosa tiene cabida. Tanto es así que, como el propio Grevioux reconoció, el concepto original de la película era el de hacer una versión sobrenatural de 'Romeo y Julieta', lo cual añade, además, ese toque de amor prohibido a una historia donde no faltan las peleas a cámara lenta, las gabardinas hasta los tobillos, las balas que desafían las leyes de la física, los saltos imposibles y los personajes malotes que siempre intentan cerrar sus intervenciones con alguna frase molona. Un auténtico desfase de película lleno de excesos y estereotipos por todas partes, pero también inevitablemente disfrutable dentro de su condición de blockbuster de acción, fantasía y romance.

De hecho, la crítica profesional siempre la ha acusado de ser demasiado presuntuosa, tópica e incluso ridícula, aunque, personalmente, no creo que la película aspirase a nada más que a ser un buen entretenimiento sin pretensiones. En todo momento se nota que es consciente de sus propias limitaciones y, en lugar de buscar una mayor profundidad, prefiere abrazar su locura, potenciarla y sumergirnos en su delirante universo de estética gótica y criaturas mitológicas. Una especie de novela gráfica en movimiento con acción por un tubo, una grandísima banda sonora, un diseño de producción sencillamente espectacular y un reparto repleto de gente guapa (Kate Beckinsale embutida en cuero y Michael Sheen con barbita y pelazo Pantene, entre otros) que, pese a sus evidentes defectos, hará las delicias de los seguidores de este tipo de historias fantásticas. Todo un placer culpable para desconectar el cerebro y pasar dos horas de puro divertimento palomitero.