Casi un siglo separa los primeros relatos de Isaac Asimov de las películas actuales de ciencia ficción, pero la mayoría de sus inquietudes, por muchos años que pasen, siguen siendo las mismas. La inteligencia artificial se introduce en nuestras vidas, los robots son cada vez más avanzados y las grandes corporaciones aumentan su poder día tras día. Eran preocupaciones que títulos como 'Blade Runner, 'Ghost in the Shell' o 'Robocop' ya exploraron en su momento y que el animador francés Jérémie Périn, recurriendo a un estilo muy en la línea del gran Satoshi Kon, rescata para dar forma a 'Mars Express', un absorbente thriller policial en el que el ser humano ha colonizado Marte, los androides conviven con los humanos y la tan ansiada digitalización de la consciencia, habitualmente asociada con la vida eterna, es ya una realidad. Mimbres de un futuro tecnificado hasta el extremo que, como en tantos otros referentes del género, se entretejen para dar lugar a una agridulce distopía donde el propio concepto de humanidad, así como todo lo que ella implica, está cada vez menos definido.

Orgullosa siempre de sus evidentes influencias cinematográficas, 'Mars Express' se sitúa así como el renovado reflejo de esa realidad que el cyberpunk de los 80-90, desde su particular mirada hacia el supuesto mundo del mañana, ya había imaginado en su momento. El universo descrito en la película, deudor de toda esa imaginería desplegada en las obras seminales del género, reafirma su herencia y sigue haciendo hincapié en temas como la automatización sistemática de la vida, los riesgos de la sobredependencia tecnológica o las posibles implicaciones de digitalizar la mente con respecto a nuestra individualidad, identidad e incluso libertad, solo que reformulados de acuerdo al mundo actual. Una más que interesante revisión de viejos y nuevos conceptos que no duda en beber de los clásicos, hacerlos suyos y dejarnos un trepidante neo-noir futurista sobre los límites de la robótica, nuestra relación con ella y todos aquellos temores existenciales que quizás nunca, ni llegado el día en el que seamos nosotros quienes soñemos con ovejas eléctricas, dejarán de atormentarnos.