Aquí seguimos con Roger Moore, aunque ya está para poco trote y debería ir pensando en jubilarse, pero aún le queda otra película más como el agente 007, tanto esta como la siguiente y última dirigidas por John Glen, que mejora considerablemente respecto a Sólo para sus ojos. Los que también están para jubilarse son Q y Moneypenny, que no creo que tarden mucho en ser sustituidos, como habría ocurrido de todas formas con M, aunque en su caso fue por el fallecimiento de Bernard Lee, a quien sucede Robert Brown.

Y aunque, contra todo pronóstico, me ha parecido la mejor de las del señor Moore, aunque en realidad tampoco era muy complicado, sigue teniendo cosas que dan vergüenza ajena. Empezamos con la avioneta esa y algunos planos de esos tan creíbles a los que nos tiene acostumbrados esta saga, el tatuaje del pulpo que se nota que es una calcamonía como las que venían en los chicles, o el submarino cocodrilo del que casi es mejor no hablar.

Pero es de las más Bond que hay, ya que otras se desvían un poco, y tenemos espionaje, aventura, acción, falsificaciones, ventas ilegales, traiciones, pulpos y hasta un circo, ¿qué más se puede pedir? Y además un mayor protagonismo femenino que hace que parezca que estamos viendo a Wonder Woman y las amazonas. De hecho pensaba que por primera vez íbamos a tener una villana, pero no, parece que para eso aún habrá que esperar.

Dentro de que, como la mayoría, dura más de dos horas, no se me ha hecho larga porque ha sido bastante entretenida, aunque haya muchos momentos de facepalm y me sobren cada vez más esos momentos tan metidos con calzador donde James Bond termina con la conquista de turno sin venir a cuento ni ser creíble. Luego decimos de las series españolas, pero lo de aquí el amigo es para darle de comer aparte.

El mismo año se estrenó Nunca digas nunca jamás, con Sean Connery de vuelta y sin ser oficial en la saga porque no pertenece a la productora, pero Octopussy arrasó y se la merendó.