El mes pasado mi madre fue ingresada en el hospital para una operación de rutina y durante una semana con sus eternas noches, ambas nos dedicamos a nuestra propia instrospección. Nos dedicamos a la preocupación, el desvelo, los capítulos de Netflix que ya no dicen nada, a un récord mundial de cafés engullidos, el análisis de nuestras propias vidas y sobre todo de nuestra relación. Hubo también demasiado tiempo para cuidados, asear y recoger fluidos pero qué no se hace por una madre, ¿no? Cuando en determinado momento de la película Amaia le dice a su madre Begoña que no sabe lo que está haciendo y su madre con comprensión le responde que "pues lo que puedes hija, haces lo que puedes" me eché a llorar. Realismo en estado puro, esto es lo que encontramos en 'Cinco lobitos', una hostia con la mano abierta que disecciona la relación materno-filial que une a Amaia, una madre primeriza sobrepasada por la vida y a su madre Begoña, una mujer arisca, distante y con una pena más grande que su enfado ("a veces uno es feliz y no lo sabe"). Ambas comparten la relación madre e hija que no nos cuentan en las películas ni en las series, esa relación que la mayoría compartimos con nuestras madres. Una relación de cariño y amor sí, pero ese tipo de relación en la que apenas sabes de que hablar si no es lo que has comido hoy o qué tal te ha ido en el trabajo. Amaia y Begoña forman un tándem casi antagonista, al menos hasta que la fatalidad hace presencia en sus vidas y Amaia tomará las riendas tanto de su vida como de la casa paterna. Amaia aprenderá a ser madre por el camino, pero también comprenderá lo que significa ser hija y la voluntad que un cuerpo tiene de ayudar cuando alguien a quien queremos se dobla.

Esta opera prima de Alauda Ruiz de Azúa me ha llegado a las tripas, me las ha retorcido y luego me las ha puesto en pantalla para ver el espectáculo que significa mi vida. Brillante y trístisima. Pero brillante de verdad.

'Cinco lobitos' es una hostia de realidad que proyecta el ciclo vital y el relevo generacional como el inevitable destino de la vida. Imposible que esta película no remueva cosas por dentro en el espectador, por unas razones o por otras. Tenía razón Almodóvar cuando dijo que esta opera prima de Alauda Ruiz de Azua era uno de los mejores debuts dentro del cine español que se ha visto en años.

Retrato familiar costumbrista, bañado de un realismo en el que es fácil sentirse reflejado de una forma u otra. Muy buenas actuaciones de los protagonistas, en especial de Laia Costa, en este drama generacional que habla de las relaciones de padres e hijos en un escenario idílico.

Una de las mejores películas del año en general. Por cierto, menuda primera película de la directora.

Un drama para no desconectar, en el que las escenas cotidianas cobran importancia. En ese sentido me han recordado a Ozu unas cuantas escenas.

Toca temas muy arraigados en nuestra cultura y que creo que con el paso del tiempo espero que vayan perdiéndose, como es el padre ausente. La importancia de la madre envuelve toda la obra así como nuestras vidas, algo por lo que están muy poco recompensadas dada nuestra historia.

Si con As Bestas dije que le estaban limpiando el Goya a Luis Zahera, pues aquí con Laia Costa está el siguiente.

El tema del perejil perdido debe ser algún guiño de la directora a su propia vida o algo así, porque ese tema aparece varias veces.

En general, una película que emociona dada la cercanía con la que está hecha, porque de alguna forma nos identificamos o vemos similitudes con nuestra vida.