Siempre que veo a Rosamund Pike en pantalla me asalta la convicción de que es una de las actrices más infravaloradas de Hollywood. La que es posiblemente una de las mejores actrices de su generación, es ninguneada de forma pasmosa en todas las categorías de premios. Ha pasado de enamorarnos con su dulzura en ‘Orgullo a Prejuicio’ a helarnos la sangre en ‘Perdida’ y a destrozarnos el corazón en ‘La corresponsal’, pero siempre impecable. Digo esto porque lo que más destaco de la película de Matthew Heineman es su brillante interpretación de la periodista de guerra Marie Colvin, una mujer que se enfrentó a múltiples situaciones desgarradoras para que el mundo entero conociese lo que pasaba en lugares en los que a muchos no les gustaba mirar. Como dice en determinado punto de la obra: “Siento que hemos fallado si no nos enfrentamos a lo que la guerra hace, si no nos enfrentamos a los horrores humanos y decimos a la gente lo que realmente ocurre cuando cada bando trata de oscurecer la verdad.” Su personaje transita por todos los caminos posibles para narrar la verdad, narrar la muerte, la desolación y el abandono que sufren los civiles a lo largo del mundo. Una incansable labor que terminaría afectándole profundamente, porque habría que estar un poco loco para que algo así te dejase impasible.
Si bien la historia de esta gran mujer me apasiona, es el apartado centrado en su vida personal el que más me rechina, sobre todo en conjunción con la película. Las tramas personales aparecen descolgadas fatigando bastante el ritmo de la trama y haciéndose pesadas, evidenciando una falta de equilibrio entre su vida y sus reportajes. Aun así, me parece una cinta absorbente y con el plus añadido de acercarnos a la vida de una mujer tan valiente como caótica. Una mujer tan implicada en su labor que falleció en un bombardeo en Homs, Siria en 2012. Pero su legado continuará por siempre , porque cuando has enseñado a buena parte del mundo a mirar, ya no hay vuelta atrás.